El verano provoca unas cuantas actividades tan imposibles como intentar llegar a algún sitio corriendo alrededor de la manzana. Pongamos, por ejemplo, que quedan dos meses para que llegue. Aunque no queden. Pero pongamos que quedan dos, que es el momento que la chica -o el chico- elige para comenzar un programa que le recorte un poquito las caderas, la tripa. Un propósito imposible.
Y no por falta de voluntad, que la chica -o el chico- seguramente se aplicará a los melocotones o a correr por el parque. Aunque en el fondo, las dos cosas son lo mismo: recorridos sin cambio hacia el centro de una espiral, y luego automáticamente hacia fuera. Durante dos meses. Tampoco digo que esto sea imposible porque al final de los 60 días no haya logrado que las medidas sean menores que al comienzo. Pongamos que la chica es una chica que ha conseguido que esas medidas sean menores. Y pongamos también que la chica llega a su primer día de playa, o de piscina, pantano o río. Incluso de azotea vale, con tal de que se quite el vestido, que es para lo que se puso a comer fruta y a dar vueltas a la manzana. Pues ahí está, digamos que un 10% mejor que dos meses antes. Tan contenta como puede estar habiendo mejorado un 10%, que es bastante. Contenta hasta que se incorpora para sacar un libro del bolso. Hasta que ve el desinterés con el que el vecino de toalla la mira. O ni siquiera la mira. O ve cómo ella se incorpora para sacar un libro del bolso, y no acierta, no lo encuentra, porque se le va la cabeza para todos los lados tratando de ver la aprobación sobre las demás toallas. Pero no la hay. Claro.
Desde las demás toallas la miran como se mira a un primo que entra en la casa y se sienta en el sofá a ver la tele. Es eso: un primo que entra y se sienta en el sofá; no un primo que ha corrido 50 kilómetros a buen trote alrededor de la manzana y que ha entrado en la casa y se ha sentado en el sofá. A ver la tele. Para que no fuera así, la chica no debería llevar un libro en el bolso, sino una colección de fotografías de dos meses atrás con el primer mordisco de melocotón. Y es algo sabido. Pero el verano tiene estas cosas, y el primo que sujeta el mando está convencido de que tiene cara de 50 kilómetros.
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