Salgo dentro de unos días para un viaje que sólo sé que existe porque me lo han contado. Como los grandes viajes. También lo he visto en un folleto, sobre la mesa de la agencia, pero creo que me fío más de quien me lo ha contado. Prefiero aferrarme, como muchas veces, a la memoria de otro, porque el recuerdo del folleto, sobre esa mesilla de plástico, en la zona de espera de la agencia, empieza a provocarme problemas. No se lo imaginan.
Cierto miedo, indefinido, va sustituyendo desde hace unos días a lo que sería lógico: la impaciencia por despegar, la curiosidad. Ese temor nuevo, absurdo, se apoya en esa revista, que a su vez se apoyaba sobre una mesa de plástico en una zona de espera. Esa foto perfecta de la portada, ese mar. Sobre esa mesa de plástico. El recuerdo de esos minutos de espera, en los que no sacaba la vista de la foto de la portada, ese recuerdo ha empezado a amenazar con darse la vuelta. Esto resulta difícil de explicar, pero fácil de entender. Basta con pensar de nuevo en el calcetín. Esto sí puede imaginárselo cualquiera. Todo el mundo le ha dado la vuelta a un calcetín. Con esto, se puede entender lo que me sucede últimamente con el recuerdo del viaje que voy a hacer: temo (aterrado estoy) que, una vez allí, frente al mar ese de la fotografía, con los pies incluso dentro del agua, de repente, el viaje se dé la vuelta y me sienta como si volviera a la zona de espera de la agencia de viajes. Bastaría, creo, con alguna silla o mesa que se pareciera a los de la agencia, y que se cruzara por allí, frente al agua. Eso provocaría la tragedia. Porque recuerdo perfectamente la emoción de mirar la foto en aquella portada, sobre la mesa de plástico. Recuerdo que no había ya, en ese instante, ni mesa, ni silla, ni teléfono al fondo, ni señorita pintada, ni luz de oficina. La fotografía de aquel mar funcionó como un túnel, o como el punto de un recuerdo que uno agarra para tirar de él, y darle la vuelta al calcetín de la memoria. Tira, tira, de esa punta, y termina todo del revés. Todo era la foto. Todo. Ese mar.
Por eso camino aterrado estos días. Por ese miedo. Porque a veces no tira uno de la puntita esa queriendo. A veces la puntita esa se le echa a uno encima y le envuelve el lado equivocado del calcetín. Por eso, en el viaje, huiré de las mesas de plástico, de las salas de espera, y sobre todo de los catálogos de muebles de oficina. No vaya a ser.
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24.3.06
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Por eso viajo con chancletas y sin calcetines, David, qué miedo.
ResponderEliminar¿Has leído 'El arte de viajar', de Alain de Botton? En el primer capítulo dice cosas de folletos de agencia y playas paradisíacas que te gustarán.
creo que me voy a apuntar a las chancletas, y también al libro: lo he visto un par de veces y desconfiado, pero con este consejo... A por él.
ResponderEliminarEn el primer capítulo, De Botton está en una de esas playas paradisíacas de folleto. Pero discute con su novia por un flan, se crea cierto mal rollo, y el tipo hace un descubrimento, constata una presencia que no había tenido en cuenta en aquel paraíso: “Entonces descubrí que a aquella playa también me había llevado a mí mismo”. O algo así. Gran observación.
ResponderEliminarLuego hay otros capítulos incluso mejores. El libro está en edición de bolsillo. Yo me compré la primera edición, impaciente, pero fueron euros bien gastados.
ahora sí que sí
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