Regresar y darse cuenta, como otras veces, de que las únicas historias capaces de cruzar la distancia hasta Bangkok, o Bali, son una tarjeta roja a Guti en otra triste tarde del Madrid y la caza del capo de los capos, Bernardo Provenzano, en una choza cerca de Corleone, con un rosario, una Biblia, 10.000 euros, una escopeta y una máquina de escribir. Regresar y darse cuenta de que sólo se ha perseguido de verdad lo de Provenzano, desde aquella pequeña llamada en la portada del Jakarta Post, que sólo eso se ha rastreado incluso después de haber vuelto. Y que no ha pasado nada por que el resto no consiguiera saltar la distancia. Entender, incluso, como otras veces, que no importa cuántos kilómetros mida esa distancia, porque el abismo abierto es el mismo. Regresar, darse cuenta de esa relación directa entre la felicidad y la cantidad de historias incapaces de saltar... y desear de nuevo, como siempre, poder escribir cosas con muelles.
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¡Ole! Yo seguiré dentro de un radio en el que las historias necesitarán poco muelle para alcanzarme. Casi mejor voy a ver si yo llego a otras que suelen estar replegadas en el mapa.
ResponderEliminar¡Salud!
A veces estar fuera de alcance de algunas noticias no es tan mala idea, no?
ResponderEliminarclaro, claro: es fundamental esconderse de casi todas
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