28.4.06

Lectores

La estadística del diario, y al mismo tiempo la imagen del escaparate del Café Gijón, en el que se relevan, para leer al lado de quienes pasean por el paseo Recoletos, los tipos más submarinos de cada generación. Se me mezclaron de repente: eso de que hay este año más gente que el año pasado que no lee nunca o casi nunca, y los rostros de los guardianes del rito, como embalsamados tras el cristal, en esas mesas tan incómodas del Gijón.

Ellos, sin embargo, cuando abran su periódico y se crucen con el dato, probablemente nieguen con la cabeza, en silencio, la mirada quizá perdida entre quienes recorren el paseo Recoletos sin literatura bajo el sobaco. Ay, suspirarán, mientras secretamente les invade el regocijo de ser cada vez menos, unos escogidos. Quizá luego, por la tarde, cuando se vean y finjan una tertulia, se lamenten del nivel de sus contemporáneos. Se oye mucho lloro de este tipo los días que tocan datos de lectura, como si la firmeza del rumbo de la sociedad (si tal cosa existe) dependiera directamente de la longitud de volúmenes que uno va depositando en su librería después de leerlos, ya sean manuales de mecánica de moto, catálogos de dicotiledonias o recopilaciones de haikus. Se oye mucho lloro de escritor de esos que en los ratos muertos (ay, qué tentación de apostillar) se encierran también en los escaparates de los cafés, con un libro, a ver pasar la gente camino de su abismo de iletrados. A ver pasar la gente y a quejarse de que hayan sido esos paseantes hacia el abismo los que les han tocado en suerte para probar sus letras. Rara vez le dará alguno la vuelta a la queja e imaginará lo que piensan los paseantes de que hayan sido estos tipos del escaparate los que les han tocado para contarle las historias, para dibujarle los sueños. Pero qué sabrán. Ésos que no han pasado de El señor de los anillos.

Visto el dato, dejarán transcurrir ya el resto de la tarde entre suspiros y cabeceos de indignación, incómodos con su tiempo. Mientras, saborearán el regocijo de ser cada vez menos, que es lo que en realidad desean, y cuando empiece a caer el sol, casi traviesos, quizá lleguen a tomarse un whisky. Aunque no les guste.

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