12.5.06

El hambre

La historia del espectáculo acaba de dar otra vuelta completa. En 1924, Kafka, en otro arrebato de belleza desconcertante, escribía en su lecho de muerte Un artista del hambre, un relato que arranca con un recuerdo: “En las últimas décadas, la audiencia de los ayunadores ha disminuido enormemente. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de ayuno como espectáculo autónomo, lo cual hoy día es del todo imposible”. Pero amenaza el revival, la rueda que ha completado el giro.

La baronesa Thyssen anunció que se iba a encadenar a un árbol y consiguió llevar hasta ese árbol a más de 100 periodistas. Luego no se encadenó, pero dice que se va a subir a su copa con la única compañía de la comida que pueda meter en un tupper, y las vistas de su museo, al otro lado de la calle. El día que se decida a trepar se duplicará el número de periodistas y hasta puede que traigan helicóptero. Pero mientras se decide, ya hay quien ha visto en la amenaza del encadenamiento la prueba definitiva de que el mundo ha vuelto a mirar la rama de la que cuelga la jaula en la que aguanta el ayunador. Los vecinos de un barrio que no quiere parquímetros han hecho reproducciones a tamaño natural de la baronesa que iban a encadenar a los aparatos. Pero la baronesa se lo ha prohibido: el artista debe controlar su imagen, vigilar las imitaciones, que luego se pierde el efecto al colocarse las cadenas. Porque un aviso de por medio es como una fuga en un globo. ¿Qué habría sido de los diputados del PP si se hubiera sabido antes que iban a levantarse ayer en la Asamblea de Madrid con esposas en las manos? ¿O de Martínez Pujalte, también del PP, cuando se convirtió en el primer diputado de la historia expulsado del Congreso? No miraría nadie, se moriría de olvido en su jaula el artista del hambre, consumido entre la paja. En el circo del Parlamento.

Pero la rueda ha girado. No tanto como para que la baronesa se atreva a trepar al árbol sin tupper, pero ha girado. Porque todo esto sólo es lo sucedido en Madrid, en los últimos días; que en Nueva York tenían a David Blaine jugando en la pecera a ver si se ahogaba.

Documentación: aquí puede leerse el cuento completo.

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