3.2.07

Zapatos

Te asoman un día los dedillos en los calcetines y enseguida empieza todo el mundo a hacer cuentas. Se sabe ya que Paul Wolfowitz, presidente del Banco Mundial, cobra unos 300.000 euros al año. Se sabe, incluso, que los calcetines que llevaba en esa visita a la mezquita Selimiye, en Estambul, eran chinos, y que por eso no aguantaron las uñas. Lo dicen los fabricantes turcos de medias y similares, que han hecho sus propios números y han visto que les va bien regalarle a Wolfowitz doce pares de los suyos.

Aunque detrás de esa foto en la que asoman los pulgares no están sólo las cuentas. Hay también algunos terrores. Están esos regueros de zapatos que cubren las carreteras después de un atentado, o los quedan después de una estampida de peregrinos. Como si a la muerte se entrara descalzo. Como si perdido el calzado no se pudiera ya recorrer el camino de vuelta. De ahí la alarma al verle los calcetines a Wolfowitz, con un desharrapo impropio para caminar hacia el otro lado. Se percibe cierto desamparo en esas capas escondidas de ropa: en los calcetines destrozados, en los pijamas de Castro. Funciona una etiqueta de la muerte, tan común como la que observan las madres cuando envían a los niños de visita: métete bien la camisa, a ver ese pelo, deja que te ate los cordones. Los cócteles de embajada permiten más deslices que las últimas horas. En esas circunstancias, Castro podría esconder tranquilamente bajo la guerrera una chaqueta adidas con los colores de Cuba, y estrechar a Chávez mientras se cambia de mano el habano. Pero se le deshacen los intestinos, y medio mundo se alarma porque vaya a derrumbarse en chándal. Y podría no hacerlo, del mismo modo que Wolfowitz (300.000 euros al año) podría proteger sus pulgares. No es eso.

Aunque pueda tener relación con el dinero, lo del presidente del Banco Mundial (quizá también lo de Castro) es puro optimismo. Camina convencido de que no va a morir todavía, no en una mezquita, y por eso no es importante cómo le luzcan los pies una vez perdidos los zapatos, cuando queden tirados sobre el sendero que le toque cruzar hacia la muerte.

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6 comentarios:

  1. ¿Por qué los agujeros de los calcetines se llaman tomates? ¿Lo sabrá el amigo JMR?

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  2. Creo que es por que antaño, cuando los inviernos eran frios y los zapatos malos se te veía la piel enrojecida del frio a traves del agujero.
    David, me ha gustado mucho lo de entrar a la muerte descalzo. Dicen que los suicidas que se arrojan desde lo alto se quitan los zapatos antes de saltar.

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  3. Qué interesante lo de los suicidas y los zapatos.

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  4. Siempre me ha llamado la atención que los muertos, en accidente, por ejemplo, hayan perdido los zapatos. También el hecho de que cuando te encuentras un zapato siempre es uno, nunca el par, como si hubieran sido el calzado de un mutilado.
    Y la otra, que en Apuntes, el foro de discusión de Fundéu, llamamos el misterio de los calcetines: ¿Por qué a veces sale un único calcetín de la lavadora? ¿Dónde se ha entretenido el otro?

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  5. David ha dado en el clavo con eso de entrar descalzo a la muerte. Y hace bien poco comprobé, por desgracia, lo que dice Lucía. Aquí hay tema, ikerjiménez. Hace 20 días, viajando por Marruecos, nos encontramos con un todoterreno volcado en mitad de la carretera. El accidente había ocurrido dos o tres minutos antes: fuimos el tercer coche en llegar allí, uno de los heridos chillaba histérico por el teléfono móvil para pedir ayuda y acababan de tapar con una chaqueta el cadáver del conductor, tirado en medio del asfalto. Nunca me había topado con una escena así, fue terrible.

    Y a un par de metros del muerto, su zapato. Uno. Entre lo que dice David y lo que añade Lucía, ¿algunos entrarán a la muerte a la pata coja?

    Nunca había cisto

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  6. ¿La última frase está en clave?

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