2.3.07

Libros y bombas

El punto en que se tocan la vida y los libros a veces no se encuentra todavía en ninguna de sus páginas. A la Biblioteca Nacional de Irak, las explosiones no le llegan desde las estanterías, sino que entran por la puerta, caminando: “Más de 150 personas inocentes han muerto y 250 han resultado heridas. Uno de los trabajadores de la biblioteca ha resultado herido; otro ha perdido a su primo”. Lo cuenta el director, Saad Eskander, en una especie de blog que le han abierto en la web de la Biblioteca Británica.

Eskander intenta estos días, también con ayuda británica, reconstruir una colección de libros que los propios iraquíes quemaron en los primeros días de la invasión. Escruta páginas chamuscadas mientras, algunas tardes, también tiene que descifrar calles reventadas para ver si encuentra el modo de recuperar a los empleados que le van secuestrando. Los libros, enteros, metáfora física de una ciudad. Sin necesidad de palabra. “En Bagdad ­­­–escribe Eskander–, el ser humano perfecto sería aquel capaz de desconectar todos sus sentidos. Estar ciego y sordo ya no es una maldición en este país, sino una bendición”. A pesar de todo, el director de la Biblioteca Nacional regatea las bombas y busca luz, y esto no es metáfora: “Me he entrevistado con el director general del departamento de distribución y le he pedido por favor que nos deje seis horas de electricidad al día. Me ha dicho que no puede ser”. Se quedan con dos o tres para seguir revisando los restos de la literatura en sus estanterías. Lynne Brindley, de la Biblioteca Británica, dice que sabe lo difícil que es que alguien entienda lo peligroso que le resulta a Eskander y a su equipo mantener abierto su archivo. Pero el dolor atraviesa por puentes insospechados.

Están también las noches que sus hermanos le llaman por teléfono desde Europa: “Siempre me siento culpable por el dolor y ansiedad que mi presencia en Bagdad causa a mi hermano y hermana. Ambos viven en el extranjero, y todos los días me suplican que vuelva a Londres”, escribe. Pero él se queda, pendiente de esas cenizas clasificadas en los estantes de su biblioteca.

(Visto en El País. La traducción es suya)

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