Iba ya a dejarlo pasar. Con tantos días de por medio, lo que al principio me tuvo la cabeza entretenida –con algunos ratos incluso cercanos al burbujeo– había terminado ahogándose bajo cataratas de palabras de otros. Pero esta mañana, en su carta dominical, Pedro J. insistía ya desde el arranque: “Desde que María España nos contó la forma en que había muerto Umbral, intentando en vano dictar su última columna…”. Y por ahí seguía: apuntalando la leyenda de ese último suspiro. Como si le hiciera un favor.
Como si nadie fuera nunca a intentar imaginar ese último rato de Umbral. Del mismo modo que Marina Castaño –y no sólo ella– parece que nunca quiso pensar en la dramaturgia de aquel “Viva Iria Flavia” que le colocó a Cela para sellar su carrera literaria con una verdadera mamarrachada. Podía no haber desentonado con parte de su obra televisiva, pero de tan apócrifa… en fin. Aunque se asegurará siempre que estas frases se colocan en los lechos de muerte ilustres para mayor gloria suya. “Estaba intentando abrazar a la musa una vez más”, decía otro de estos días también Pedro J. Creo que fue ahí donde me enganché al asunto, aunque luego lo olvidé enseguida hasta esta mañana. Ahí fue cuando recordé las veces que me había visto en medio de conversaciones sobre las peores circunstancias en las que uno imaginaba morir. Si ahora volviera a encontrarme en otra creo que destrozaría con facilidad esa escena tan socorrida de los policías o médicos de ambulancia topándose con un cadáver que abrazaba, por poner un caso, el diario secreto de la esposa que había salido a la tienda a por una docena de yogures. Y eso mientras, aún en ropa interior, se había quedado a medio camino intentando ponerse unos calcetines con sus buenos tomates en los pulgares.
Ahora, por encima de los calcetines rotos y las incursiones sonrojantes hay que colocar ya los intentos de otros para mandarlo a uno al panteón de los ilustres. De Chéjov también se contó durante mucho tiempo que lo último que había hecho había sido pedir champán. Pero se ve que había alguien más allí, y ahora se sabe que se fue con un digno: “Me muero”. ¿Quién más estaría con Umbral?
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2.9.07
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Intentaba abrazarse a la musa una vez más. Pordió. Da vergüenza sólo leerlo.
ResponderEliminarYo imito al sabio doctor V., que puso una tapa de mayonesa Musa junto a su ordenador.
En tu línea, David. No digo más.
ResponderEliminarBueno, sí:
Leyendas de baratillo.
Un placer haber encontrado este lugar. Te lo dice un colega de profesión.
ResponderEliminarSaludos
Y qué va... si decía Chumacero que la muerte debe romper el ritmo.
ResponderEliminarLa cosa es que la metáfora estadística sólo tiene aspiraciones al triunfo si es seguro que no tenga réplica.
Por eso, lo mejor (y lo demás) es silencio.
¡Luz! ¡Más luz! :-)
ResponderEliminarA mí me gustó la de un magnate de los hoteles que dijo al morir:
ResponderEliminar"La cortinilla del baño va por dentro de la bañera".
Practico, ¿no?
Creo que como hay leyendas tan buenas sobre los últimos instantes, esto provoca que muchos quieran fabricar otras un poco mejores. Pero qué miedo dan...
ResponderEliminarUmbral se murió mejor que vivió: umbríamente. Su obra no tardará en seguirle. Saludos.
ResponderEliminarCoincido con J., leyendas urbanas que se tejen con los muertos.
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