11.11.08

Encuentros con el olvido

Me topé el otro día con un pedazo de mi propia desmemoria. Aunque se trataba de un fragmento menor, que bien estaba acomodado en el olvido. La cosa fue como si al recuperar unos pantalones antiguos y hundir las manos en los bolsillos hubiera encontrado, en lugar de una moneda, o una espina, un puñado de cáscaras de pipa.

Yo andaba buscando un libro mientras hablaba por teléfono, cuando de detrás de una estantería salió una antigua compañera de colegio. Retiré el aparato unos centímetros y la saludé, dispuesto a seguir enseguida hacia otra zona y dar el tropezón por cerrado. Pero ella, muy amable, dijo que no me preocupara, que terminara, que ahora hablábamos.

Me separé unos metros y seguí con el teléfono, confiando en que se cansara, o encontrara lo que buscaba, y se fuera. No había nada en mis recuerdos en contra de L. Tampoco a favor. Un olvido vacío. Como las cáscaras. Pero sin papelera a la vista.

Durante un par de minutos, rondé entre libros que no me interesaban, porque lo que había ido a buscar se encontraba justo donde se había quedado L. Y mientras rondaba recordé la frase que me había llevado allí: "Hay un fusilado que vive". Como cuenta Leila Guerriero –que ha sido mi mejor editora– fue la frase que lanzó a Rodolfo Walsh a perseguir la historia de los crímenes de Estado en la Argentina de los 50 que terminó en Operación masacre. Un fusilado que vive, un montón de cáscaras sin cenicero.

Se me terminó lo que tenía que decir al teléfono, tomé aire, y regresé hacia L. Bueno, pues ¿qué tal? Bien, ¿qué tal? Cuánto tiempo. Sí, quince años... por lo menos. Por lo menos. ¿Y en qué andas? Haciendo casas. Ni casarme, ni niños, ni nada raro de eso (yo le enseñé mi alianza). ¿Y cómo por Madrid? Unos días de vacaciones. Qué bien. Bueno. Pues que te vaya bien. Me alegro. Hasta otra.

Así nos fuimos, perfectamente listos para otro olvido mutuo de 15 años. O eso pensaba yo. Porque al llegar a casa, mientras leía el prólogo en el que Walsh relata la obsesión provocada por la frase del fusilado (que a mí me había enviado tras el mismo libro), yo no dejaba de pensar en el posible efecto sobre la memoria de L. de la mancha de salsa picante que acababa de encontrarme bien visible en los pantalones.

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