En Cuba hay un periodista que lleva 42 años mirando a Fidel. Y dice que ha aprendido muchísimo en sus discursos. Allí sentado, seis, siete horas, había encontrado las claves. Como un iluminado. Allí quieto, con el barbudo enfrente desgañitándose sin pausa, sin cansancio apenas. ¿Qué no habrá saltado sobre el salón de este periodista, con tamaña paciencia? Tendrá la casa perdida, y no sólo el salón, porque quienes miraban en estéreo las láminas encontraban la ballena en pocos segundos. Pero este periodista cubano no se recuerda mirando otra cosa que aquella barba. Y en esas horas ha dado con todos los intentos yanquis de acabar con su ballena. Ha encontrado 600 complós para acabar con Fidel. Algunos -explica- sólo fueron planes, pero otros fueron cápsulas venenosas que no llegaron al batido de chocolate del general, o armas escondidas en cámaras que no quisieron disparar. También tiene registrada la idea yanqui de espolvorear los zapatos del guerrillero con una sustancia que le dejara sin barba. Para provocar una rebelión por reducción al absurdo, que -se entiende- es la única posible.
No extraña que este periodista sostenga que el mayor mérito de Fidel es seguir vivo. Ha estado casi medio siglo sentado, con Fidel delante y todas aquellas amenazas volando por todas partes. Sentado viendo cómo se le balanceaba la barba, a punto de caérsele pelo a pelo por el ingenio americano. 600 veces en todo este tiempo de contemplación de Fidel. Yo, con mi ojo vago, probablemente no me habría enterado de nada. Pero este periodista debe de tener la ballena raptada en el salón de casa.
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