2.11.02

Butacas

Puede que sí. Puede que tengamos nuestro lugar, que seamos de un sitio. La mayor parte del tiempo lo buscamos como quien tantea las paredes intentando dar con su butaca en un cine a oscuras. Sin la ayuda del acomodador. Y sin entrada, porque no se ha descubierto aún dónde está la taquillera. Pero quizá sí exista ese lugar para nosotros. Puede que sí. Aunque no es como lo imaginamos. No tenemos asignada una butaca única para todas las sesiones. Es algo más complicado. Debemos dar con el asiento adecuado dependiendo de la película, o de si, por ejemplo, hemos olvidado las gafas sobre la mesita de noche. Hasta completar nuestro lugar.

Pensé esto ayer por la mañana, en el cementerio del pueblo de mi padre. Ahora creo que ya no podría pasar el día de difuntos en ningún otro lugar. Y lo mismo algunos otros días. Pero no fue siempre así. Hubo una época en la que no me reconocía caminando por aquel pueblo y me negaba a ir allí. Quizá porque pensaba todavía que sólo proyectarían una película y que debía elegir: Oviedo o pueblo. Pero ahora podría atravesarlo en zapatillas sin ningún problema, como si caminara por el salón de casa. Con esa voz de megáfono que tiene el cura de fondo, pensé en que lo mismo debía de sucederle a otros que también estaban allí. Había unas quince personas de pie alrededor del nicho en el que descansan -entre otros- los abuelos con los que no pude hablar. Había tantos, que tuve que quedarme con mis padres a unos cinco metros, sin saber muy bien quiénes eran todos aquéllos. Al final me presentaron -como todos los años- a dos primos nuevos de los que ni siquiera había oído hablar. Pero ahí estaban, escuchando las oraciones al lado del mismo nicho.

Luego comimos cocido y buñuelos -también como todos los años-, y me alegré de haber dado al fin con una de mis butacas. Aunque hubiera tardado. Pero no debe de ser tan fácil tenerlas todas bien localizadas. La mayor parte del tiempo la pasamos golpeándonos la cabeza contra las paredes del cine, o los reposabrazos, o pisándole el pie a toda una fila. Sin saber siquiera cuántas faltan por aparecer.