20.12.02

Despertador

Si no le acierta uno al despertador con el primer manotazo, recorre el borde de la mesilla hasta que termina tirándolo al suelo. Y ya está. Salvo que el despertador no esté en la mesilla, donde lo dejó al irse a la cama, donde lo deja todas las noches. Se complica la cosa si el despertador aparece, por ejemplo, en el cuarto de baño una mañana, y la siguiente dentro de un zapato. Pero en todos los casos, al principio tantea uno la mesilla con inconsciencia, ajeno a que ese despertador está marcando -además de la hora- la distancia entre la rutina y el desastre, que coincide con la que separa la mesilla del zapato guardado en el mueble del recibidor.

Todo va normal si el interruptor de la luz sigue en el recodo del pasillo como la noche anterior. Si el portal sale a la misma calle por la que entramos. O si el cuarto de baño está detrás de la misma puerta. Porque de lo contrario emprendería uno diariamente una batalla titánica contra recuerdos inservibles para reconstruir su mundo, y esta batalla le dejaría exausto, o incluso muerto. Casi no merecería la pena, y preferiría uno perder ese mundo, si es que alguna vez existió. Preferiría perderlo antes de buscar buscar cada mañana en todos los periódicos la viñeta de Forges, que ayer apareció en la página 9 del Miami Herald, hace dos días en la tercera de ABC, y sólo de vez en cuando puede encontrarse entre las esquelas de El País. De hecho, Forges no sería Forges, sino que también algunas mañanas firmaría Mingote y otras Pinto y Chinto, o David Álvarez. Aunque lo más trágico sería sin duda la desaparición de la tortilla de patatas, cuyo valor se determina mediante la comparación. Cada pincho de tortilla lo compara uno con esa tortilla que ha hecho su madre toda la vida.

Pero si el despertador suena dentro del zapato desaparece el siempre, la costumbre, la tortilla de patatas de mi madre, la vida toda. El despertador en el zapato, la inexistencia de la rutina, cambia las zapatillas de lado de la cama y nos impide reconocer a alguien en su voz. Y esto le obligaría a uno a la tarea inmensa e infinita de aprender el mundo todas las mañanas.