La caída de la red de Vodafone de ayer fue algo más que una metáfora. Se tiene noticia de algún político -diputado, creo- herido por el golpe, y el golpe debió de ser en la cabeza. Cuando pensábamos que utilizar para esto el verbo caer era casi una licencia poética, se ha demostrado que el apagón tuvo alguna consecuencia como golpe en sí, y golpe en la cabeza. Aparte de que ocho millones y medio de personas se quedaran sin hablar por teléfono. Aparte de que los amigos o conocidos de esos ocho millones y medio no pudieran hablar por teléfono con ellos. Y aparte de que el resto de millones, curiosos, empezaron a llamar a telefonos Vodafone para comprobar que de verdad no funcionaban. Cosa cierta.
A media tarde, dijeron en la radio que al político ese al que se le cayó encima la red de Vodafone se le había ocurrido llevar el asunto al Congreso, porque la culpa la tiene el Gobierno. Como cuando Felipe González le elegía las corbatas a Carrascal, se entiende. El del golpe nos explica que el servicio de telefonía es un servicio público y que Vodafone lo presta gracias a una concesión del Gobierno. Así que claramente la responsabilidad última es de ese Gobierno, y hay que ir al Congreso cuanto antes. Por lo menos allí se sienta uno bajo techo. Además, seguro que la chica que leyó la noticia en la radio se le sienta al lado, porque tanta solemnidad en su lectura no puede sino ser igualmente consecuencia de otro golpe. Afortunadamente, para la hora de las noticias de la noche ya le habían puesto hielo en el chichón al político, y no se volvió a oír hablar de refugiarse en el hemiciclo por si se siguen cayendo redes.
El resto de los que se quedaron sin teléfono pensaron que sería mejor reclamar a la empresa una compensación por los trastornos. Éstos son los que sufrieron la caída de la red sin más, sin el golpe en la cabeza ni el apagón mental posterior. Otra metáfora, la del apagón, que perdimos ayer. Vodafone, de momento, ha decidido que va a mandar unos cuantos mensajes a los móviles para pedir disculpas con 150 caracteres. No estaría de más que los ministros enviaran también uno de ánimo al móvil del herido.