A veces un pedazo puede contener el cuerpo todo del que lo desgarraron, o del que se dejó caer el mismo. A veces una gota de aguar sirve para reconstruir el vaso del que cayó, el río entero en dos milímetros cuadrados que manchan un pedazo de suelo. A veces. A veces basta un poco para ver dentro todo. A veces, como la vez del jueves. Como desde el jueves.
Un teléfono que suena, un tren detenido, una punzada en el pecho por un suceso al otro lado del mundo, un cristal, muy pequeño, una barandilla arrancada y una carrera hasta un vaso de agua, calle abajo, o en la dirección contraria, un brazo que empuja, y que con el empujón cava inmediatamente una zanja sencilla por la que se puede andar, sin posibilidad de caer, de quedar perdido, solo, helado en la cuneta mientras corre la vida mirando al frente, perdida, loca, girando hacia abajo, un juego de mantas que vuela desde una ventana, una lluvia mullida, un ojo hinchado, un micrófono y un grito enterrado, el teléfono que suena y un reflejo en el interior de una lágrima, un ojo seco, dos raíles, largos, torcidos y continuamente solitarios, entre gravilla descolocada por carreras azules, un flash, un amigo que pregunta, no vaya a ser que ese día, quizá, aquel tren, algún tren, sobre los raíles, o en la ambulancia que rasga el tráfico, entre bandazos y cables, y el olor punzante de la ambulancia que espera la cola de sirenas a la puerta de las sábanas blancas, ya limpias, y un bisturí, y otro amigo que busca, pregunta, no encuentra, de aquí allá, aliviado casi por la muerte, porque la muerte frena la búsqueda, la destruye, consigue el descanso, dos paredes que se cierran alrededor del pecho, una radio que habla desde muy lejos de la mesilla de noche, donde ha estallado el despertador al mismo tiempo que el vagón escupe y vacía el vientre, el revoltijo atontado de palabras que se pierden dentro, antes de salir, por no dar con la manera de ordenarse y atrapar algo, de atrapar todo. Todo prestado, todo pequeño y troceado y a la vez tan inmenso, que en aquella lágrima confundida hacia el fondo de la ducha se lee completo el dolor.
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David, no me estraña leer tu articulo, refleja como nos encontramos todos los españoles, los que todavia estamos vivos, los que queremos seguir viviendo, los que no solo tenemos cuerpo, sino también corazón y sentimientos, nos han dado un buen palo a todos, pero no podemos dejar que se salgan con la suya, hay que plantarles cara, nuestra vida, nuestra lucha, sera la bandera de nuestra libertad.
ResponderEliminarClaro que seguimos.
ResponderEliminarComo viejo ex-residente en España (sudaca, que le dicen), el 11 de marzo fui un madrileño más. Como si viniera de Alacala rumbo a la Glorieta Bilbao, a la calle del Cardenal Cisneros. Porque yo soy de Chamberí en Madrid, y de Palermo en Buenos Aires. Aqui volé por los aires en 1992 y me volvieron a matar en 1994, en la AMIA. Desapareci en los setenta y , ya en España, me mato un saupuesto libertario nacionalista y ahora, hace poco, el 11-M alguien, un Qaedo o que se yo, me volvió a asesinar.A veces me pregunto, que mal hice yo, quien soy yo, ciudadano de a pie, que tantos se toman la molestia de matarme cada tanto tiempo. Si tienen una respuesta , espero leerla aqui, en esta magnifica bitacora. Gracias
ResponderEliminarCreo que hay que empezar a pensar que no existe respuesta.
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