Después de los 130 kilómetros de escapada, la victoria, el maillot amarillo, los calambrazos de la testosterona temblándole en el cerebro, o donde sea, después de todo eso, ahora llega el momento del frasquito. Seis hombres (abogados, expertos) rodeaban ayer el bote de la muestra B de Floyd Landis en el laboratorio de Chatenay-Malabry, en París. Observaban aquel recipiente con la orina del día glorioso como quien ve al polluelo reventar el huevo. Y entonces alguien (un técnico de bata blanca seguramente) giró la tapa del frasquito, y ya está, todos a casa.
Ve uno a Landis defendiéndose y sólo puede pensar que no ha prestado ninguna atención a la historia reciente de los grandes traspiés. Acumula los hombres en las zonas equivocadas del campo. Contrata asesores y abogados y los envía a París a concentrarse alrededor del frasquito. Lo suyo es una especie de catenaccio de la comunicación pública: autobús atrás y a ver qué pasa. Sin embargo, hace años que circulan por los escenarios soluciones de mayor elegancia visual. Recuerden a Clinton. ¿Envió él a su tropa a la tintorería para el momento en que desenvolvieran el vestido de la Lewinsky? No fue el catenaccio lo que le salvó. Además de los trabalenguas televisados, se sacó unas cuantas fotografías al lado de unos líderes religiosos con los que se había citado para que le ayudasen a digerir el arrepentimiento. Después de las fotos y las tomas para las cadenas de televisión, entraban todos por una puerta. Me los imagino sentados: ya les han servido las cocacolas y los cafés, se miran, escrutan el techo en busca del rostro de algún muerto sobre la escayola, uno saca un crucigrama de un maletín, pasa el tiempo tan lento, otro pregunta por el servicio, también les traen galletitas... hasta que Clinton se levanta, da una palmada y los manda a todos de vuelta a casa en limusina.
A Landis todo esto le saldría incluso gratis, porque tiene a sus padres todavía viviendo en la comunidad menonita, con los carros y eso. Pero se ha obsesionado con el frasquito, con los restos de su última tarde gloriosa, y parece que sólo juega a empatar.
balazos: Cementerio de palabras
Technorati tags: Columna de viernes | Landis Tour ciclismo dopaje
4.8.06
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Agudo, y muy bien escrito.
ResponderEliminarClinton no mandó su traje a la tintorería porque la última vez que lo hizo, le dieron cambiazo antes de una boda, y se tuvo que comprar otro por 300€.
ResponderEliminarA mi me da que juega un partido perdido y él lo sabe.
ResponderEliminarEso pensaba de Clinto todo el mundo, pero...
ResponderEliminar¿Quiere eso decir que la gente creía que uno se pasa todo un mes recorriendo Francia en bicicleta sin tomarse nada?.
ResponderEliminar¡Ay madre!, es verdad que la tele provoca metamorfosis en la masa del cerebro como dicen los científicos.
Ya lo seeeee, vosotros no lo habeis inventaaaado. Pero reconocerme que la sociedad alucina por un tubo. ¿No?.
Totalmente. Incluso Landis, o algo así. En su web sigue diciendo que na da na y que lo va a demostrar todo, más o menos...
ResponderEliminarQué bueno eres, David. Deberían hacerte mear en un frasco, por si acaso.
ResponderEliminarSobre la teoría de Johnymepeino de que el dopaje se debe a la dureza del Tour: un ciclista bien entrenado y limpio puede hacer perfectamente ese recorrido. Sufriendo, claro, pero de eso se trata. El ciclista no se dopa para soportar el recorrido sino para correr un poco más que el rival. Si el Tour sólo tuviera diez etapas y suavecitas, los tramposos también se doparían para ir más rápido que los demás.
Por intentar rascar algo bueno en todo este lodazal: en el Tour se hicieron más de 300 controles y sólo dio positivo Landis. Sí, ya sé que los tramposos van por delante de la ley y tal, pero visca Pereiro, que me cae muy bien.
Ah, y Carlos de Andrés, a cantar el "Cadillac solitario"
ResponderEliminarAntes de nada, yo quiero que quede claro que lo mío es absolutamente endógeno, y así sucesivamente...
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