16.3.07

El Orzán y la gasolinera

En el cambio del paisaje de las mañanas de fin de semana, lo más decisivo no es la desaparición de la playa del Orzán. Hasta llegar al café, el zumo de naranja y el cruasán frente a las olas, había todo un recorrido que comenzaba en el quiosco. Luego, con los diarios bajo el brazo, venía un callejeo retorcido y estrecho que terminaba abriéndose al mar. Pero no es el mar lo peor de lo que falta en Madrid.

Hace unas semanas, la tienda de enfrente de casa en la que compraba los periódicos pegó en la puerta un folio salido de la impresora: “No se vende prensa”. El papelito competía con un cartel que había llegado antes y que todavía está atornillado a la fachada del edificio: “Prensa”. Por supuesto, ha ganado el papelito, y en el interior de la tienda, además de los caramelos, se pueden encontrar ahora lámparas orientales y pequeños muebles de madera oscura. Aunque no sé si sigue con esa línea de negocio, porque casi siempre está cerrada y hace días que no me acerco. Así que ahora nos queda la gasolinera. Caminando un poco, se llega a la cola de los diez o quince que esperan el autolavado. Se atraviesa la cola, se esquivan los regueros de agua enjabonada, se vigila bien que no se acerquen otros coches que entren a demasiada velocidad a repostar, se esquivan los charquitos de combustible, y ya entonces se alcanza la tienda, donde le lee el código de barras al diario un empleado vestido con mono azul (ya no llevan riñonera de piel para los cambios). Al salir de la gasolinera (deshecho el camino de charcos), si no en el mar, uno piensa al menos en el café, el zumo, el cruasán. Pero ni la tiendita vende prensa ni los bares del barrio abren los fines de semana. Parece que lo hayan hecho para los que no viven aquí: para los que salen de la oficina a por el pincho de media mañana y el menú del día, y vienen con el periódico leído de casa.

Hace unos días, abrieron un bar debajo de casa, cuyos preparativos fui siguiendo día a día casi con ansia. Pero también está cerrado por las noches y los fines de semana. Además, los bocadillos de lomo saben a salmón frito. Y ni se ve el mar ni nada.

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6 comentarios:

  1. ¡Desolador!

    Comprémonos un cortijo ruinoso en algún valle andaluz, escribamos con gracia y ternura nuestras torpezas de urbanitas asilvestrados y forrémonos. La fórmula funciona.

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  2. Yo creía que me saldrían socios para abrir un bar.

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  3. Uf, muy sacrificado. Acabarás pidiendo socios para fundar una pequeña editorial. Mejor el cortijo en ruinas.

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  4. Se adivina un imperio, Ander. Podemos empezar por el cortijo...

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