9.3.07

El periódico viejo

A pesar de que ya es viernes, tenemos todavía en la cocina, sobre una silla, un periódico del lunes, que Irene va leyendo poco a poco por las mañanas, mientras desayuna. En general, usar de esta forma un diario sería algo así como pedirle a un anciano que corra los 100 metros lisos en los Juegos Olímpicos, pero es que el lunes conseguimos un ejemplar de La Nueva España, que es el que cuenta las historias del lugar del que venimos.

Así que me imagino esas lecturas matutinas como una especie de camino recorrido hacia atrás. Un regreso que se completa a medias por el espacio y a medias por el tiempo. Se vuelve a un lugar que ya no existe, al que no se puede llegar en autobús. Aunque quedan aún algunos retazos sobre el papel prensa. Está Tino Pertierra en la última página, escribiendo la misma columna de hace diez años, que en la versión del lunes empieza: “Así que se llamaba María, dijo Héctor después del tercer ron-tonic que bebía de dos tragos”. Y termina: “Por ella, brindó con la sonrisa helada y la mirada ardiendo”. Está también, en la segunda página, Javier Neira, con su coda musical: “Para la terapia de esta semana se recomienda vivamente la Sonata para un buen hombre, de Gabriel Yared”. Incluso de los titulares se levanta toda una geografía: el paseo de los Álamos, Pumarín, Cabueñes, Soto del Barco, Aller, Mieres. Pero al cabo de un rato también comienzan a resaltar las ausencias, el desfase entre lo recordado y lo que permanece. Es el diario del lunes, y trae en la portada una fotografía del fútbol en la que no aparecen las camisetas azules del Oviedo, aunque sí que corre Congo, con el uniforme del Sporting. Irene me cuenta además que cuando llegue el verano tampoco van a estar ya las viñetas de la familia Castañón.

Tampoco cuenta ya las historias del último día que pasamos por allí, pero el diario aguanta como esqueleto del que pueden colgar otras sin que termine volviéndose irreconocible. No importa que sea viejo de días: uno puede sentarse por las mañanas a recorrer de nuevo ese mundo antiguo que parecía perdido (por abandono), pero que se conserva apoyado sobre ese esqueleto.

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