12.5.07

El hambre y los ojos

Por lo que es seguro que Julián Muñoz no va a pasar a la historia es por sus registros como artista del hambre. Tal como está el mercado, seis días de ayuno dan para bien poco. Ni siquiera un par de noches de permiso en casa. Aunque no está todo perdido. El ex alcalde de Marbella ha pagado las consecuencias de no tener un buen mánager. Y así, en el desamparo, no hay quien encamine una carrera que sí que tiene muchas posibilidades todavía por explotar.

Fíjense si no en De Juana Chaos, que sí que ha tenido al lado a las personas adecuadas. Portada en The Times un día; primera página en todos los diarios españoles al día siguiente. Así sí que se puede, debe de pensar Muñoz con el siguiente trago de agua (tan parecida a nada). Quizá tenía incluso esos recortes pegados en las paredes de su celda, mientras sopesaba con deseo los bocados que no le había pegado al rancho. Pero pasaban los días (seis, insisto), y no terminaba de colarse en la cárcel ningún fotógrafo. Ya digo: falta de manager, de promoción con clase. Y así no se puede.¿Para qué, si nadie está mirando? ¿O alguien piensa que David Blaine se mete en las peceras y se cuelga de jaulas por superación personal? En su celda, el hambre taladrándole el estómago, Julián Muñoz debe de haberse dado cuenta de que está incluso más solo de lo que pensaba, sin nadie que le haya contado qué sucede con el ruido de un árbol que cae en mitad del bosque cuando no hay nadie cerca que pueda oírlo. Quizá haya pensado también un poco en la baronesa Thyssen, en el otro extremo del olfato para el funcionamiento del espectáculo. Dijo un día que treparía a un plátano para quedarse allí sin comer. Y fueron los fotógrafos, aunque luego sin trepó ni nada. Dijo luego otro día, hace nada, que se iba a encadenar al mismo plátano no trepado, y esta vez sí se colocó las cadenas, monísima, en varias vueltas sobre la blusa, y posó lánguidamente sobre el tronco.

Pero Julián Muñoz debía de andar hechizado con las fotos de las portadas cuando decidió la dieta, sin pensar que la baronesa, monísima con sus cadenas, quizá se fue a un cóctel después de abrazar al árbol y despedir a los fotógrafos.

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