Después de 11 horas en un avión se concluye, sobre todo, que las azafatas son mucho más que camareras flotantes. Quizá lo más extraordinario sean sus habilidades como malabaristas del tiempo, algo que, en contra de lo que parece, se deriva directamente del camarerismo. Porque el tiempo se trampea con la comida. Y con persianas.
Si a uno le privan de luz durante un número suficiente de horas y le administran las dosis necesarias de comida (preferentemente interrumpiéndole el sueño), terminará por creer cualquier cosa sobre el reloj cuando aterrice. Por eso se afanan las azafatas empujando carritos por los casillos y alargando el brazo por encima de los durmientes para tapar las ventanillas.
Así nos pasamos el trayecto entre Amsterdam y Tokio. Ahora una cajita con comida firmada por el chef japonés de un hotel holandés, luego un café, un rato de sueño, un vaso de agua, un zumo, una toallita, sueño, sueño, y cuando más dormido estaba, fideos calientes con palillos, entre el sonoro sorbeteo nipón, que se ve que es como se toma este plato. Después creo que volví a dormirme. Hasta que las malabaristas hicieron amanecer. Descubrieron las ventanillas y sirvieron el desayuno.
Mientras aterrizábamos le dimos siete vueltas a las manecillas del reloj, pero si el capitán hubiera dicho 29, lo habríamos hecho también sin saber cómo contradecirle.
Con esa sensación de recién salidos de una máquina del tiempo, o de un gran truco despistante, recogimos el equipaje, conseguimos yenes y encontramos la oficina de la compañía ferroviaria para recoger el Japan Rail Pass, el interrail japonés. Sólo se puede comprar fuera del país, pero al pagar lo único que se recibe un vale que hay que canjear por el pase al llegar. Con eso, ya podíamos empezar a reservar y a usar trenes. El primero, para llegar a Tokio desde Narita, unos 70 kilómetros.
Con la misma calma, las mismas sonrisas e inclinaciones de cabeza con las que comprobó nuestros pasaportes para darnos el JRP, el chico bailoteó los dedos sobre la pantalla hasta que la máquina escupió dos billetes. Los colocó sobre la mesa y con la mano extendida sobre ellos, con un movimiento de cortina que se descorre, dijo: "Narita... Tokio. OK?". Asentimos, y añadió: "El tren sale dentro de menos de ocho minutos".
Le miré de nuevo por si al principio no me había dado cuenta y se trataba de otra azafata haciendo bromas con el tiempo, pero allí seguía sonriendo el mismo tipo de camisa blanca y corbata oscura. "Por allí", dijo mientras señalaba en línea recta a través de la puerta. Empezamos a recoger los pasaportes, los JPR, los nuevos billetes. "¿Todo recto?". "Sí, Narita Express".
En Japón se aprende enseguida a no temer a seguir indicaciones a ciegas, aunque parezcan absurdas. De frente y en menos de ocho minutos. También se confirman de golpe varios tópicos, pero eso es historia de otro día.
No fotografiado: Mi primer lector en japonés, en la cola para embarcar en Schipol: de (nuestro) atrás adelante, siguiente columnas de derecha a izquierda, escarbando casi al llegar al lomo. En medio del mareo nocturno (fingido), entre dos cabezales, otros dedos que pasaban páginas de columnas kanji.
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7.8.08
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ResponderEliminarMira, mira .
Feliz aterrizaje. Me alegro mucho por el regreso, porque veo que traerá crónicas niponas, claro.
Creo que no he acertado con el html, no sé por qué.
ResponderEliminarBueno. Pues mira, mira:
http://anderiza.blogspot.com/2008/06/gata-caza-ratn.html
A mandar.
ResponderEliminarEsto empieza bien. Estaremos pendientes. Abrazo y avisa cuando llegues a esta zona para vernos antes o después.
ResponderEliminarPues ya estamos de vuelta, ay. Con las ganas que teníamos de un overbooking o algo...
ResponderEliminarjeje! Estas fino David. Nunca toleré que las azafatas me cerraran las ventanillas. Yo siempre quise ver de verdad como el tiempo y el espacio cambian magicamente, pero sin ningún truco. Shipol... buen aeropuerto. Arigató!
ResponderEliminarEs raro viajar sin ver el traslado, como si uno no se hubiera movido.
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