19.7.02

Café

Ella hablaba de otra cosa, pero yo terminé entendiendo por qué necesitamos algunas historias. Ella hablaba de su niña guapísima de cuatro años, que se había quedado en casa al cuidado de la abuela. Gracias a eso podía tomarse una caña con nosotros en aquella terraza. Porque las otras noches sus amigas salían y ella cuidaba a la niña. Luego, a las cinco de la mañana, se despertaba para preparar café a las amigas, que volvían de los bares del río.

Con el café, le contaban cómo había sido la noche, dónde habían estado, con quién. A ella le gustaban esos cuentos. Sobre todo los de chicos. Pasaba la noche pendiente de los movimientos de su hija en la habitación de al lado. Oía también el murmullo de la calle. Se dormía tarde, pero se despertaba a tiempo para tener listo un termo de café para las que llegaran, que no siempre eran todas. Luego siguió hablando de que quizá la niña le había llegado demasiado pronto. Habló también del padre, que ya no estaba con ellas. Y de que había tenido que dejar de estudiar para cuidar bien a su hija. Todo eso era la colección de piezas que le faltaban a su vida, que se le habían extraviado. Ella decía todo eso, y yo pensaba que alguna de las piezas volvía dentro de las tazas de café de sus amigas. Dijo varias veces que estaba contenta de tomarse una caña con nosotros. Dijo que le gustaría poder hacerlo más a menudo, pero que no era fácil convencer a su madre para que cuidara a la nieta. Y tampoco quería dejarla sola. Se la veía contenta, pero lo que tenía era una felicidad con agujeros.

A las once y media decidió que ya era suficiente. Recogió su chaquetilla y se despidió de todos con besos y abrazos, como quien va a embarcar para muchos meses. Volvió a casa con su hija, para levantarse luego alrededor de las cinco y escuchar las historias de sus amigas. A veces sirven para eso las historias -pensé-, para devolvernos las piezas que hemos ido dejando caer por cualquier parte. Tal vez sólo se deba aspirar a eso al escribir: a que haya alguien despierto a las cinco de la mañana para cambiarnos el cuento por una taza de café.

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