9.8.02

Ronaldo

Lo más inquietante de Ronaldo no es que consiga decir al mismo tiempo una cosa y su contraria. Bueno, él no, fueron esos dos agentes que tiene contratados. Lo más inquietante es que a nadie le inquieta esto que hace Ronaldo. No sólo eso, sino que todo el mundo sabe perfectamente lo que quiere, digan lo que digan los agentes. O lo que no digan. Y lo saben sin darse importancia ninguna, como quien suma dos y dos y sigue luego con lo que estaba, ya sea apretar una bujía o poner una tapa de albóndigas y una caña.

Hubo un tiempo en que Ronaldo era capaz de atravesar medio campo sin ni siquiera darle tiempo a los contrarios para que le vieran esa sonrisa de niño que ha robado una galleta. Él solito. Delante de todos. Hasta marcar gol. Como esa noche contra el Compostela. Entonces sí que andaba la gente inquieta por las cosas de Ronaldo. Pero ahora ya no engaña a nadie. Ahora dice una cosa y su contraria, y el tipo que me vende el diario estira un poquito la pierna y le roba el balón. También dice estas cosas rápido. Las dice incluso a la vez y en dos sitios diferentes, en Madrid y en Milán. Las dicen por él dos tipos que no son él. Pero mi quiosquero, que está gordo como un barril, es capaz de mandarle la jugadita a la mierda mientras me alarga el cambio sin equivocarse. No sé qué se puede hacer con un delantero así. O con un país que tiene quiosqueros como el mío: inmune a cualquier finta. Como si la tira el mejor jugador del mundo. Lo tiene todo visto mi quiosquero. Que Rivaldo dice: "Yo quiero quedarme". "Nada, a éste le quedan dos entrenamientos", me dice el gordo. "Pero bueno, ¿no ves lo que ha dicho�", pregunto. "Ya, ya... por eso, por lo que ha dicho. Date cuenta", responde. "Ah... claaaro. Claro", y le guiño un ojo sin enterarme de nada. Luego cuando llego a casa tengo que leer El País o el Marca, aunque haya pedido La Voz, como todos los días.

Antes el gordo no me hacía estas cosas. Le pedía La Voz y llegaba a mi casa con ese diario bajo el sobaco. Pero desde que los futbolistas tienen varios agentes y los quiosqueros leen entre líneas, se ha vuelto este país un lugar imposible.

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