20.9.02

Lluvia

Todos aquellos tipos de más de 70 encerrados en la cervecería que tengo debajo de casa. A esas horas suelen sentarse en las sillas que el Ayuntamiento coloca en la plaza para los conciertos de la banda municipal. Pero ayer llovió. Por eso estaban en la cervecería que generalmente ocupan otros bastante más jóvenes. Quizá era eso lo extraño. Otras tardes llegan para sentarse en la plaza una hora antes. Para coger buen sitio cerca de los músicos. Y no entran en la cervecería. Pero lo más extraño era ese disgusto con que miraban el aguacero tras la cristalera. Como quien calza zapatos demasiado pequeños.

Más que a mí, seguramente les extrañaba a ellos encontrarse allí encerrados esperando a que escampara. Desde las mesas veían a los músicos desmontar los atriles, el xilófono, la percusión. De las sillas ni se preocuparon. No va a parar, pensé mientras pasaba hacia mi casa. No antes de que se haga de noche. Debió de empezar a caerles el agua de repente, porque si hubieran tenido tiempo para decidir habrían caminado un poco hasta alguna cafetería de la calle San Andrés, o a algún bar de la Galera. Lugares más parecidos a los de otras tardes. Zapatos de su número. Pero cuando cae tormenta, se mete uno donde puede. Y si llueve mucho y por sorpresa, como ayer, ni siquiera se fija hasta sentarse a la primera mesa. Como les pasó a ellos. Seguro. Tenían casi todos una taza de café, y no vi ninguna de esas jarritas blancas en las que sirven la cerveza. Quizá sólo vieron el sitio cuando ya rasgaban el sobre de azúcar. Por eso miraban fijamente a la calle, donde los músicos corrían de un lado a otro metiendo artilugios metálicos en enormes estuches negros. A ellos les cayó en sus carreras todavía una hora más de lluvia.

A veces nos pasa lo mismo. A veces nos empieza a empapar la tormenta y corremos al primer refugio sin ver el cartel. Sin pensar si estaremos bien dentro, o si deberíamos mojarnos una decena de metros. Nos quedamos encerrados esa hora de agua en un lugar que aprieta como un zapato demasiado pequeño. Como el paraguas de la persona equivocada. Y a veces llueve más de una hora.

11 comentarios:

  1. Anónimo00:50

    Ya, pero volviendo a lo del gato... ¿Seguro que lo de la granja no es una posibilidad? En fin, tú sabrás.

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  2. ¿Pero tú dónde has oído eso? ¿También crees que irás a una granja de ésas cuando estorbes?

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  3. Anónimo00:52

    Me gustó el poema.

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  4. Eso está en los ojos del que mira.

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  5. Anónimo00:53

    fíjate que yo lo terminaría en la palabra "cartel". Hasta ahí estaba perfecto. Hay que tener más fé en el lector y no explicarlo todo ¿no crees?

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  6. Tengo esa duda todas las semanas, porque he ido encontrando que hay dos tipos de lector: a uno le encanta la coda final, mientras que el otro la encuentra molesta, de sobra.
    Supongo que podría pedirte que olvidaras las últimas cuatro líneas, pero no funciona así.

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  7. Anónimo00:53

    El café se lo toma quien quiere, no empecemos a tocar los cojones sobre dónde tienen que acabar las cosas o sobre cómo coño tiene que escribir uno. Yo por ejemplo lo hago con las mal llamadas palabras mal sonantes.

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  8. Si las cosas estuvieran donde deben, encontraría los calcetines que me estropean las parejas. Que beba café quien quiera.

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  9. Anónimo00:54

    sí , claro, no es cuestión de quién se tome el café sino de perfeccionar la receta. A mí particularmente las charlas sobre estilo me parecen enriquecedoras. No es igual un poema mío que uno de Lorca. y eso es por algo. E indagar sobre ese algo, además de mejorar tu estilo, es divertido.
    Yo aprendí lo bueno que puede ser un final abrupto y sugeridor en el romancero. El romance del Conde Arnaldos termina con un "yo no digo mi canción/ sino a quien conmigo va". Es un final muy probablemente accidental y se debe a la mala memoria de los reitadores, que perdieron un trozo del poema. Y es un final estremecedor, que le da un sentido enigmático y lírico que el romance original probablemente no tenía. Es una lección de la que tomé nota, para poder usarla cuando conviniera.
    En mi humilde opinión, la moraleja es una rémora del dieciocho, que tiene que ver con la función didáctica (poco sutil, desde luego) de la literatura que estaba de moda entonces, pero que, según lo veo yo, es literariamente nefasta. Pero sólo es una opinión, claro.

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  10. Anónimo00:54

    La metáfora de la columna es buena, Raquelona. Lo del paraguas de la persona equivocada es muy bueno, pero vuelve a sobrar el final. Jjjjeta!!

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  11. También me interesa la receta. Y mucho. En el fondo es casi un regalo para mí.
    Me gustan los finales de Salinger en "Nueve cuentos", o los de Somerset Maugham en "Los mares del Sur". El lector termina de completar el relato. A veces, incluso tiempo después, como me pasó con Maugham. Entonces se cierra y estalla.
    Estoy de acuerdo contigo, VyF. Es como lo que decía Billy Wilder sobre dejar que el espectador sume solito dos más dos. Entonces siempre te querrá, decía Wilder.
    Conseguir eso sería ya haber conseguido mucho.
    De todas formas sigo encontrándome con lectores de los dos tipos. (eso sí, dejemos fuera la moraleja, sin duda) Supongo que no todos los tipos de texto funcionan del mismo modo. No se leen de la misma manera un poema, un cuento y una columna.
    He oído a unos cuantos preguntar después de leer una columna en el periódico: "¿Entonces lo que quiere decir es que...?" o "¿Pero qué quiere decir?". Creo que el texto que necesita ser explicado es un fracaso. Supongo que encontrar el equilibrio es alcanzar la maestría.
    Lo dicho: gracias por los comentarios. Son un regalo.

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