15.11.02

Lápices

En el telediario de anoche entraban unos por la alfombra roja a los premios MTV y en otro lugar Michael Jackson subía un par de escalones a un juicio por 21 millones de dólares. Todos saludaban a las cámaras de los lados y a los niños chillones. Donde los premios, incluso saludaron un par de futbolistas del Barça, aunque no tan vestidos como los músicos. Éstos sí que iban disfrazados cada uno de su propia extravagancia. Como Michael Jackson en los escalones, que llevaba su extravagancia cubriéndole la boca.

Esa mascarilla le distingue del resto, que seguimos como bobos respirando el aire tal como viene, y seguramente por eso nunca hemos recogido un premio de la MTV. Pero ayer el juez le hizo quitarse la mascarilla para poder entender bien lo que decía, y se le vio una barbita sucia de un par de días y también se vio que había perdido la punta de la nariz. Desde hace años hemos seguido cómo le han ido afilando el rostro tajo a tajo, como si fuera un lápiz de carpintero. Del mismo modo que los niños cuidadosos sacan punta a sus lápices para que pinten mejor. Él ha querido arreglarse esa cara que veía roma. Pero incluso los niños aprenden muy temprano que si los afilan demasiado lo que hacen es estropearlos. Destrozan la punta. Michael Jackson, cuando ya no tenía nada que pintar, ha seguido afilándose hasta romperse. O dejó de tener que pintar por carecer de los lápices apropiados. El caso es que siempre se pensó en esa máscara como en una extravagancia imbécil de un alucinado, que es lo que dicen de él sus ojos. Sin embargo, con esa mascarilla lo que hacía precisamente era cubrir su propia extravagancia. Como los niños ocultan que han roto la punta por exceso de celo, aunque se vea claramente que les queda un lapicero más corto.

En el telediario de anoche dejaron unos segundos tristes en la pantalla la fotografía de la nariz truncada, los ojos perdidos, la barba sucia y medio hecha, a puntitos. Y volvieron a sacar luego a los que entraban en lo de la MTV, cada uno marcado con su propia extravagancia, como para que luego los niños puedan disfrazarse de ellos sin confusión.