31.1.03

Cuaderno

Compré en Roma hace unos meses un cuaderno Moleskine en el que no he escrito nada. Salvo mi nombre, la fecha y la ciudad. Me iba esa misma tarde y ya había escrito en otro menos bonito lo que quería guardar. Por eso dejé el nuevo para la siguiente ocasión. Pero aún lo tengo vacío encima de mi mesa y está empezando a darme problemas. Quizá me gusta demasiado. Por eso lo he reservado para el siguiente viaje, porque este Moleskine es para llevar de viaje, en el bolsillo interior del abrigo. Tiene el tamaño perfecto, como de una cartera, tapas rígidas de piel negra, una goma que lo cierra y las páginas limpias. Pero ahora es la imagen de un fracaso.

De vez en cuando llego a casa, lo veo sobre la mesa y me molesta tenerlo vacío. Querría haber viajado ya para encontrar cosas que le hagan justicia a un cuaderno que me gusta tanto. Querría poder leerlo alguna tarde, porque también se lo puede llevar uno en el bolsillo interior del abrigo para leerlo. Pero está vacío. Me molesta -a veces, sólo a veces- pensar que necesito ir a otro sitio para escribirlo. Por ejemplo a Roma. Me molesta porque quizá un romano haya escrito en su Moleskine tranquilamente sentado en una terraza del Orzán. Yo habré estado tres o cuatro veces más que él en la misma terraza y aún tengo las páginas blancas. Incluso después de volver de Roma me he sentado en la terraza. Después de recorrer el mismo trayecto que el romano. Para llegar al mismo sitio: a casa, que es realmente adonde se dirigen todos los viajeros. Porque todo viaje no es sino una vuelta a casa. Por el camino más largo, pero una vuelta, para volver a ocupar la misma silla en la misma terraza.

Sin embargo, algo más debe de haber, porque si no yo ya habría conseguido llenar unas cuantas páginas. Habría encontrado algo que quisiera recordar y que estuviera a la altura del cuaderno. Algo debe de hacerle el viaje a la mirada para que encuentre donde otros, los que se quedan, no ven nada. Quizá recoloque en su sitio todas esas repeticiones que la costumbre borra para los ojos del lugareño, que no las encuentra. Porque lo que no puede ser es que mi vida sea menos bonita que el Moleskine. Eso no.