7.2.03

La hija

Formaban una pareja tan imposible que resultaba evidente que no eran una pareja. A pesar de eso, ella lo tuvo esperando en la cafetería casi media hora, dos mesas más allá de la mía. Él esperó sin parecer impacientarse, y se levantó con una sonrisa cuando ella se paró al lado y le preguntó si era Paolo -digamos Paolo, porque no recuerdo el nombre-. Les habían arreglado la cita. Una madre de unos cincuenta con un estudiante italiano de intercambio. Una pareja imposible.

La madre se quitó el abrigo marrón, lo plegó sobre una silla libre, se sentó y pidió un café con leche. Parece que ni se le pasó por la cabeza disculparse por la tardanza. Lo que sí hizo fue preguntarle al chico si quería tomar algo. Pero al chico le bastó con la cocacola que ya tenía mediada. Evidentemente no oí todo lo que hablaron, pero la cosa era que la señora quería que el chico le diera clases de italiano a su niña. Digo niña y no hija, porque es lo que la señora usó todo el tiempo. Ni siquiera una vez dijo cómo se llamaba, o quizá el nombre de la niña se quedó con el grupo de palabras que no me llegaron -que yo estaba en mi mesa con mi periódico y mi zumo de naranja-. Lo que sí dijo es que estaba planeado -así, en general- que la niña estudiara el siguiente curso universitario en Italia. Empleó después un rato en explicarle al italiano lo positivo que resultaba estudiar en el extranjero, mientras el chico, educado, asentía con la misma sonrisa. Seguí con el periódico y se me perdió otro buen tramo de monólogo, hasta que la señora, que había ganado en confianza, se destapó: "Es que me hace mucha ilusión que vaya a Roma".

Ahí me reenganché, esperando saber qué carrera estudiaba la niña o si estaba tan ilusionada como la madre por ir a Italia. Pero no llegó. Me fui a casa antes que ellos convencido de que lo que realmente quería la madre es haber estudiado un año en Italia, y no lo hizo. Por eso, ahora que ya no podía, quería que su hija lo hiciera por ella. O hacerlo a través de la niña, ahora que ya no lo era. Ni podía serlo. Y no sé si me provocó tierna simpatía ese afán de darle lo mejor a la niña, o si me provocó rabia porque la niña le importaba un pito.