Gaspart, el del Barça, dio hace un par de semanas una lección de supervivencia que pasó desapercibida. Sí, la noche aquella que se quedó de pie en el palco, tieso y con los dientes apretados, en medio de la tormenta de pañuelos. Aunque como nadie se toma en serio el fútbol, la lección pasó -como digo- desapercibida. La gente terminó por guardarse los pañuelos en el bolsillo, y se fue a casa, porque al día siguiente el niño tenía colegio y convenía acostarlo. Pero Gaspart había aguantado.
Lo hizo delante de todos, incluso de las cámaras de televisión. Lo hizo en todos los telediarios: apretó los dientes y se estiró lo que pudo. No sé si él era consciente de la lección. No sé si era consciente de que muchas veces basta con aguantar. Muy quieto, muy tieso, pero aguantar. Aguantar como sea hasta que deje de caer. Porque deja de caer, eso está demostrado. Tampoco sé si los demás conocen el truco, pero también lo utilizan, y ahí siguen, como Gapart. Ya pueden dimitir la mitad de los directivos, ya pueden pedir una comparecencia parlamentaria la mitad de los partidos, ya pueden chillar la mitad de los hijos, que no pasa nada. Quienes protestan, quienes se quejan, quienes no votan, quienes escriben, quienes sacuden pañuelos, son como una especie de manada enfurecida que atraviesa el llano en plena estampida. A la carga contra Gaspart, que lo merece. Y en medio del polvo que levanta, tieso como un palo, como un cactus, quieto como una piedra, aguanta Gaspart y aguantan otros a que pasen bufando las bestias. Porque pasan. Pasan y queda el palo donde estaba. Como si no hubieran pasado. Ya lo dijo Fraga: "El que resiste gana", y no hay quien le lleve la contraria en eso.
Lo desalentador es que entre esos que han pasado corriendo a gritarle al siguiente corren también unos cuantos que aspiran a ocupar luego el sillón de Gaspart. O de cualquier otro. Pero igualmente olvidan pronto al que se mantuvo quieto, y encuentran otro. Por eso sigue siendo suficiente con no moverse, con no hacer nada, arrimar los brazos al cuerpo, muy tieso, para ocupar poco en el momento que se dispara la estampida.