11.7.03

Paralelo

Conocí un chico que siempre fue, para todo el mundo, "el que perdió las gafas en París". Ha pasado mucho desde que las perdió, y ya he olvidado su cara, su voz, su nombre e incluso sus gafas. Pero recuerdo perfectamente que he conocido un chico que siempre fue, para todo el mundo, "el que perdió las gafas en París". También recuerdo perfectamente que cuando hablábamos de él, así era como lo nombrábamos. La historia se había comido al personaje. El personaje es la historia. Aunque ya no queden ni chico ni gafas.

Por eso me sigue inquietando muchísimo enterarme de que en algún sitio alguien está contando historias falsas sobre mí. Que está inventando. Porque si de aquel desafortunado que perdió las gafas hubiéramos empezado a decir que era "el que se comía los mocos en el autobús", hoy sólo recordaría lo de los mocos, por muy falso que fuera. Sé que no tiene ninguna importancia que me inventen una vida en otra parte, una que no tenga nada que ver con la real. Sé que todo va a seguir exactamente del mismo modo. Sé que nunca oiré mi otra vida, ni me chocaré en un centro comercial con el inventor. Sé que no me importan nada quienes andan inventando, construyendo, repitiendo. Y que lo hacen para sorpresa mía, pues nunca pensé que pudiera interesarles reformarme la vida. Siquiera mi vida original.

Sin embargo, reconozco que no puedo evitar cierto estremecimiento, cierto escalofrío leve en los brazos, cuando pienso en que hay otro David Álvarez corriendo por el mundo. Otro al que quizá muchos más crean conocer, estén seguros de conocer y comprender perfectamente. No consigo quitarme de encima la inquietud que me provoca pensar que tal vez un día me cruce conmigo mismo en la puerta de un café. Con una de esas invenciones -son infinitas- que circulan mucho más veloces que yo. Como si "el que perdió las gafas en París" se encontrara con el grupo que dio en llamarle "el que se comía los mocos en el autobús": no lo reconocerían. Ni él conseguiría reconocerse en ellos, claro. Ni en el de los mocos tampoco. Afortunadamente, no me importa el recuerdo que creen mis inventores apócrifos. Pero algo inquieta.

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