Ayer por la tarde me sucedió un cuento de Cortázar. No es que me sucediera algo que parecía un cuento de Cortázar. No. Estuve en un cuento suyo. Uno concreto, muy breve e incluido en varias antologías. Lo recuerdo perfectamente, aunque no puedo repetir ni una sola de sus plabras. Ni siquiera el título. Pero lo reconocí casi al instante.
Salí del vagón después de leer en el diario una entrevista a Kapuscinski, y como el periódico ya no me servía para nada, lo metí en una papelera, que es otro destino que se le da a la prensa a partir de la hora de la siesta. Como el de envolver pescado o el de proteger durante una mudanza vasos de cerveza robados. Lo mismo. Luego todo podría haber seguido con la normalidad cansada de siempre, pero me vi un cordón desatado y me agaché. Lo justo para ver al tipo que venía detrás agarrar el diario y colarse por el pasillo de la derecha, hacia el vagón de otra línea. El periódico estaba arrugado y le faltaba al menos la esquina de una página. Mientras se alejaba, el tipo lo ahuecaba para alisarlo y conseguir alinear las páginas. Lo seguí. Debía salir en aquella boca, pero lo seguí, y me senté a su lado en el vagón. Había conseguido rejuvenecer el diario un par de horas. Lo abrió por donde Kapuscinski, y no pude evitar leer de reojo y fijarme de nuevo en aquella cara regordeta que no me imaginaba mirando un ventilador en un hotel africano. Leí intentando que no lo pareciera. Sorprendido en los mismos pasajes que en el otro vagón, con las mismas ganas de retener algunas frases de gran periodista. Justo al terminar, el metro se detuvo, el tipo plegó el periódico, salió, lo dejó sobre una papelera y desapareció escaleras arriba.
Yo tenía de nuevo el cordón desatado y me agaché. Después dudé: perseguir al tipo hacia la calle, y pasar a caminar por ese cuento de Vila-Matas que al final parece la conga, o esperar al siguiente pasajero que cogiera el periódico, y releer con él, como si fuera nueva, la entrevista a Kapuscinski. Pero era tarde. Cambié de andén y volví a casa. En el vagón, no pude dejar de pensar sobre en qué otros relatos habría estado sin reconocerlos. O al revés.
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El libro siempre es mejor que la película.
ResponderEliminar“La ingravidez da sus problemas” (Pedro Duque)
ResponderEliminarEsto es metarelato, ¿te fijaste si aguien te observaba desde algún espejo de esos que te multiplican hasta el infinito?.
ResponderEliminaryo después de unos cuantos vodkas me veo por todas partes, cosas del directo porque el furgol es asín
ResponderEliminar¿Quién dice que no necesitamos ir al espacio, eh, Ochito?
ResponderEliminarCronopio, llevo horas buscando en otras páginas el relato de otro que nos mirara, que debía de ser ya desde el principio como el de Vila-Matas.
Yo no aguanto a Kapuscinski. Sobre todo desde que nos metió 23 puntos, casi sin fallo, en el penúltimo Eurobasket.
ResponderEliminarEs cierto, menudo partidazo le salió aquel día…sería por la ingravidez.
ResponderEliminarY no sube bien al contraataque y fuma.
ResponderEliminarTambién fumaba Cruyff, incluso echaba un pitín en el descanso de cada partido.Y, míralo, desde que se fue ya nada es lo mismo…¡ay!
ResponderEliminarSospecho que confundís al Kapuscinski del baloncesto con el Kapuscinski astronauta.
ResponderEliminarNo me entero de nada…
ResponderEliminarNo me entero de nada…
ResponderEliminarYo tampoco.
ResponderEliminarY eso que la página es de tu propiedad intelectual…y tal y tal.
ResponderEliminarLa página será de su propiedad “intelectual” pero también nos pertenece un poquito, si no para qué están los “comments”.
ResponderEliminarYo tampoco me entero, pero es algo que me suele pasar cuando hablan de fútbol.
Nos estamos todos haciendo la picha un lío. Confundimos al Kapuscinski jugador de baloncesto, con el Kapuscinski futbolista, con el Kapuscinski astronauta, con el Kapuscinski panadero, con el Kapuscinski capador de papagallos, al cual le pusieron su nombre en honor de una jugada de ajedrez, conocida como “Jugada de Ajedrez de Kapuscinski” o JAK, a la cual nombraron, a su vez, en honor del famoso “Tres hoyos” Kapuscinski, conocido por tener tres agujeros de la nariz (usaba el tercero para tocar el clarinete).
ResponderEliminarDavid, para la próxima, intenta leer algo sobre un tío que se llame Juan, por favor. Tengo los dedos destrozados.
Marlow… lo tuyo es de siquiatra. Aunque en algo tienes razón, no hay como tener un nombre común.
ResponderEliminarBueno, también se puede tener un loro verde.
ResponderEliminarYo tengo un canario, y es muy triste ver como en esta época del año se le caen las plumas…
ResponderEliminarPor cierto, para los que no lo sepan, sigue a la venta el Álvarez, también conocido como Dándole a la lengua. Un libro muy divertido escrito por el insigne Deivid Álvarez y un tal Somoano, las cinco en Canarias. No malgastéis tiempo leyendo esto e id a comprar el libro.
ResponderEliminarYo no he dado ninguna entrevista. Viajo en metro leyendo la última entrega de balazos.com que recojo en la papelera del andén cuando la tira mi amigo Salenep.
ResponderEliminarNo hagáis caso de este farsante. Éste es el Kapuscinski capador de papagallos, lo reconozco por el deje de la voz.
ResponderEliminarDavid, déjate de loros. Tú lo que tenías era un gato. Y ya está.
ResponderEliminarQuise tener un Kapuscinski hembra (que tienen un celo muy leve), pero se ve que ahora son ilegales.
ResponderEliminarMe gustó mucho tu cuento sobre el cuento de Cortázar. Estuve caminando por tu blog y lo encontré muy interesante.
ResponderEliminarRegina
Qué inesperada alegría, después de tanto tiempo.
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