5.12.03

Mancha

Generalmente, la diferencia entre lo real y lo ficticio la marca la posibilidad de conseguir una mancha de kétchup en el pantalón. Se trata de una diferencia que, en caso de duda, cualquiera puede utilizar como comprobación. Una frontera irrompible. Los sitios donde uno puede conseguir una hamburguesa son reales, mientras que aquellos en los que, como por ejemplo en el cuento de Peter Pan, no aparece la doble con queso por ninguna parte, ésos claramente son inventados.

O puesto de otro modo: la ficción es un lugar al que no se puede entrar con una hamburguesa, o donde la hamburguesa ni quita el hambre ni mancha. Y si lo hace, cuando salgamos de allí, como sucede al despertar de un sueño, no habrán quedado restos. La ficción son esos lugares que uno sabe que nunca pisará, como el césped de una final de la Champions o una guerra infinita. Todas las veces que he marcado en el último minuto no me dejaron ni medio centímetro de rastro verde en la espalda, y eso que el gol lo meto siempre de chilena. En serio. La diferencia entre lo real y lo ficticio está clara hasta que deja de estarlo. Claro. Hasta que, por ejemplo, uno se pone a leer las crónicas que una periodista rusa escribió de la guerra de Chechenia, por ejemplo. Entonces se cae hasta el fondo de uno de los pozos de ocho metros en los que los soldados encerraban a algunos chechenos durante días. Y aquí no quiero decir que uno consiga hacerse a la idea de que podría pasarle a él lo de que le metan en un pozo estrecho y profundo. No, no quiero decir eso. Quiero decir que, extrañamente, uno cae al pozo. Y está en el pozo. A ocho metros de profundidad. Al principio parece que ha caído del mismo modo que ha marcado un gol en la final de la Champions, que ha entrado en lugares inexistentes. Pero no.

Hay libros —relatos— que consiguen desactivar ese sencillo mecanismo para separar lo real de lo ficticio. Diluyen la frontera, todos sus peajes, y permiten pasar de contrabando, entre uno y otro extremo, lo mismo una hamburguesa que una angustia, y ambas con su cerco de mancha sobre el pantalón, o dondequiera que haya caído la mancha, o la angustia. Depende.

12 comentarios:

  1. Anónimo23:44

    ¿No hay nadie con algún comentario interesante sobre el texto? Yo soy el del humor surrealista, no puedo abrir los comentarios con algo serio. Por favor, que cada uno se ciña a su papel…

    ResponderEliminar
  2. Anónimo23:44

    Oh, Dios mío, me encuentro tan solo… Soy como ese árbol que cae en mitad de un bosque y que nadie oye… Coño, éste es el comentario profundo. ¡Eh, un comentario profundo! ¡Se me ha ocurrido uno!

    Mierda… y no hay nadie para leerlo…

    ResponderEliminar
  3. Anónimo23:44

    A mí es que si no me motiváis con una idea que me sugiera algo…no puedo empezar. Qué le voy a hacer.

    La pregunta es: ¿Cómo puede caerse un árbol sólo?. Los árboles que se caen normalmente es porque se talan o porque son derribados por la fuerza de el viento. Si se talan, ya los oye caer alguien (el “talador” que buen árbol tale, buen “talador” será). Y en segundo lugar, el viento penetra difícilmente en un bosque con la fuerza suficiente como para derribar un árbol.

    Así que Marlow no puedo saber como te sientes, no porque no haya oído caer el árbol, sino porque si cae, siempre lo oye alguien, aunque sea una ardilla diminuta.

    PD: También se pueden caer los árboles de navidad, pero eso solo es por cuestión de “bolas”.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo23:45

    Bolas, penetrar en el bosque, ardillas diminutas, parece toda una fiesta, eh, say no more, say no more, snatch, snatch.

    ResponderEliminar
  5. A mí me parece que no os enteráis de nada.
    Ni yo.

    ResponderEliminar
  6. Anónimo23:45

    Puede que les caiga un rayo, entonces caen pero partidos y nadie les oye. Y también puede que le ataque algún bicho raro que haga secar las raíces, entonces también se pueden caer al mínimo soplo.También si el árbol está en un terreno pendiente y se produce un alud el árbol se cae, bueno más bien es arrastrado. No sé si esto te vale de algo.

    ResponderEliminar
  7. Anónimo23:45

    Me da a mí que quieres hundir mi carrera como Experto Arbolero… Todo lo que has comentado son falsos rumores. La gente cree que los árboles se caen también de esas formas que acabas de enunciar, pero son rumores infundados. Hay que arrimarse mucho a los árboles para llegar a conocerlos bien, además de para que te den buena sombra.

    :-)

    ResponderEliminar
  8. Anónimo23:46

    la realidad a veces se convierte en fantasias odiosas dificiles de creer…
    Sigamos viviendo pues en nuestras burbujas… ;)

    ResponderEliminar
  9. Anónimo23:50

    No me gustan las froteras, ni siquiera entre ficción y realidad. Pero eso sí, me encanta sentirme un ser fronterizo.

    ResponderEliminar
  10. Anónimo23:50

    Pues a mi me gusta eso de sentirme en la realidad la protagonista de un cuento. Es una manera de sonreir por la calle sin motivo aparente. Te da ventaja…

    ResponderEliminar
  11. Souny, las fantasías agradables también cruzan al otro lado de cuando en cuando. Aunque, claro, si la burbuja es de jabón, y uno resiste dentro sin que explote, tiene un lugar difícilmente batible.

    Eva, quizá lo mejor de la frontera es ser parte de ella, con un poco de cada lado, o con todo.

    María, lo que de verdad da ventaja es tener a Ronaldo en el equipo. Bueno, la sonrisa esa tampoco está mal. Por lo menos, desconcierta.

    ResponderEliminar
  12. Anónimo23:51

    son todos unos hijos de re mil puta!

    ResponderEliminar