23.1.04

Los raíles

La angustia viaja sobre raíles y nos lleva dentro. Es ese vagón que cierra las puertas en una parada y echa a rodar, mientras vemos que en la estación ha quedado lo que más queríamos. Pero lo vemos desde dentro, pegados al cristal. El tren no se detiene. Nuestro vagón, con sus cristales, corre siempre demasiado lejos de la cabina del maquinista, que no puede oír que gritamos que se detenga, que preferimos quedarnos, que no podemos no quedarnos.

No puedo imaginar la angustia de otra forma después de haber leído las cuatro primeras líneas que ayer en el diario contaban la historia de una madre que entró en un vagón de metro de espaldas, mientras arrastraba el carrito con su hija de cuatro meses. Cuando el carrito aún no había pasado, se cerraron las puertas como una boca enorme y cuadrada, el metro empezó a deslizarse, el carrito rebotó unas cuantas veces y la niña murió. No conseguí leer más allá de la cuarta línea, porque la cuarta línea decía que la madre no había podido salir del vagón hasta la siguiente parada, después de haber visto el carrito golpear contra el costado del tren y volcarse, en la estación. Quizá a partir de la quinta línea se contaban detalles capaces de disolver esos minutos que imaginé dentro del túnel, entre una estación y la siguiente, esas escaleras para cambiar de andén y tomar un metro en el sentido contrario. Todo después de haber visto el carrito volcado. Oyendo los golpes. Contra el vagón. No lo sé. No sabré si los diluían. Aunque me han dicho que los diarios traen hoy más líneas. Pero hay líneas que no salvan ni diluyen ni consuelan ni inventan. No pude seguir leyendo.

No conseguí, siquiera, querer intentarlo. Prefiero no saber. Bastante tengo ya con haber visto, en las primeras cuatro líneas, venir de frente los ojos encendidos de aquel vagón, y luego, más adelante, en un costado, dos manos sosteniendo desde el interior un cristal. Bastante. Ver pasar ese metro sobre cuatro líneas de periódico se parece a encontrarle la cara al fantasma del bosque, y reconocerlo. Como reconocí en los dos faros la angustia perfecta. Y la sonrisa hueca del maquinista loco.

19 comentarios:

  1. Anónimo23:28

    y ahora que decimos…

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  2. Anónimo23:29

    Puede que en ese vagón en el que viajaba aquella madre hasta la siguiente parada, desesperada y viendo todo su mundo caer a través de unos raíles, y sólo a un metro, hubiese otra persona llena de felicidad, por cualquier motivo…

    La felicidad y la tristeza más desesperada están a un solo paso. Por eso alguien dijo alguna vez, “Carpe Diem”.

    Bravo, David.

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  3. un paso corto, pero hay que darlo

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  4. Anónimo23:29

    Ahí está. Lo malo no es darlo. Lo malo es “que te lo den”. Que el destino de la mala suerte se cruce en tu vida, y te la destroce para siempre.

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  5. Anónimo23:30

    Tal vez dentro del vagón había otra persona, sí, feliz, pero solidaria, que dejó de ser feliz durante esos instantes, impotente para ayudar a aquella mujer que lloraba de desesperación. Tal vez la felicidad le desapareció, al menos durante aquel día.

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  6. Anónimo23:30

    Me gusta tu forma de escribir pero debes apegarte un poco más a la realidad, pues el metro tiene un sistema que detecta cuando una puerta no se ha cerrado del todo y el vagon no avanza, por otra parte están los sistemas de emergencia, ese boton rojo y llamativo que cuando es presionado alerta al conductor. Podría seguirte dando argumentos pero no quiero quedar como una pesada. De verdad, escribes bien.

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  7. Eso es lo peor de todo: que sucedió realmente en Madrid la semana pasada. La mayor angustia es la que se estrella con lo real.

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  8. Anónimo23:30

    Lo que se quedó enganchado en la puerta fue un trozo de tela, y eso no hay sistema de emergencia que lo detecte. Haced la prueba con la puerta del ascensor.
    Por otro lado las setas de emergencia están, normalmente, en los extremos del vagón. No sé como iría el vagón de gente ese día , pero si va la mitad de lleno de lo que va el mío por las mañanas resulta imposible llegar a él a tiempo, ni avisar a quien se encuentre al lado que la utilice.

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  9. Anónimo23:31

    David, Marlow: ¡Iros a un hotel!

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  10. Anónimo23:32

    Un gran artículo. Sigue en esta línea.

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  11. Anónimo23:36

    Cómo explicar mi rostro de asombro?… cómo sobrellevar mi impertinencia? tal vez si digo: lo siento.
    Ahora tu texto cobra una nueva dimensión para mi.
    No vivo en España por eso jamás leí en las noticias lo sucedido.

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  12. Lo supuse, Laura. Creo que tu incredulidad es la de todos.

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