1.10.04

La nota

A veces se encuentran las utilidades de la literatura en los lugares más insospechados. En una canastilla con un bebé, por ejemplo. A la puerta de una pensión. Esa frase de hace un par de semanas que acompañaba a una niña de cinco días: “Perdón, no me denuncien, por favor, hay personas que los matan, yo no sabía qué hacer”. Toda la tragedia, la opresión en el pecho, la falta de aire. Dieciséis palabras en un pedazo de papel.

La vida entera de la muchacha, de la niña, de los otros dos hijos que ya tenía. Es la nota del suicida que mira de reojo esperando que alguien lo detenga, porque, en realidad, no quiere dispararse dentro de la boca. Como la chica no quería perder al bebé. Por eso escribió las dieciséis palabras en una hoja con el membrete del hospital en el que había dado a luz. Por eso, dentro de la canastilla, la niña descansaba envuelta en ropas del mismo hospital. Esos membretes abandonados por todas partes son como las huellas de quien corre a perderse en el bosque muerto de miedo. Mirando constantemente hacia atrás por si viene alguien y le impide seguir perdiéndose. Ese rastro no ocultado era el único hilo que le llevaba al bebé, lo último suyo que iba a conservar. Porque la chica, como el suicida tímido, no quería tirarlo todo por encima de la barandilla del puente. Pero tampoco podía dejar de hacerlo ella sola. Necesitaba que se lo impidieran. Cuando dio a luz, los servicios sociales, que sabían lo de los dos hijos, le ofrecieron quedarse con la niña. Pero no quiso dejarla. Su angustia era infinitamente mayor que sus posibilidades.

Por eso se llevó a la niña, a pesar de que todo el mundo sabía que no tenía ninguna posibilidad. Aguantó tres horas. Ni siquiera le retiró las ropas del hospital, como si hacerlo equivaliera a cerrarse el camino de vuelta. Como si se la hubiera llevado para despedirse, sabiendo que no irían muy lejos. Tres horas cuyo resumen es, quizá, el de todos los meses de embarazo: “Yo no sabía qué hacer”. Un relato brevísimo que es una explosión, un desahogo, un grito que se lee completo en ese membrete. El rastro de quien no quiere escapar, de quien corre despacio para que le pongan la zancadilla.

3 comentarios:

  1. Anónimo21:37

    ¿Quién no busca, consciente o inconscientemente, en su locura, que le pongan la zancadilla, quizá en un intento de que los otros frenen lo que nosotros no podemos -o no queremos- parar…?

    ResponderEliminar
  2. Anónimo21:37

    Serás cabrito, Deiviz, pues no me has hecho llorar…

    ResponderEliminar
  3. Todos lo buscamos, JIP, todos.
    Pues vaya, luis.

    ResponderEliminar