10.6.05

Nostalgia del miedo

Hay un señor con bigote que querría haber estado en un campo de concentración. Aunque aquí hay que distinguir entre lo que deseaba en 1941 y lo que desea ahora. Entonces, en 1941, seguramente prefería estar en un calabozo, que es lo que realmente le sucedió. Si le hubieran ofrecido un traslado al campo de Flossenburg, probablemente se habría muerto del susto. Pero ahora, salvado como está, querría haber estado en Flossenburg.

De hecho durante casi tres décadas ha estado contando que sobrevivió a aquel horror, y no al del calabozo nazi. Y mientras lo relataba, cada vez que lo hacía, muchos lloraban. En colegios, exposiciones, homenajes. Como el día que fue a contarlo al Congreso de los Diputados. Allí también lloraron mientras el señor del bigote, que se llama Enric Marco, repasaba detalles leídos y escuchados de otros, los que sí estuvieron. Porque entonces aún no se conocía el engaño y el señor del bigote todavía era presidente de la asociación Amical de Mauthausen. Lo que pasa es que un historiador se dio cuenta de que Enric Marco no aparecía en las listas de presos de Flossenburg y el señor del bigote, ya octogenario, tuvo que reconocer la impostura, un cuento que le había colado incluso a su familia. Dijo entonces que lo importante era el resultado: la gente lloraba. Con el cuento de Flossenburg le escuchaban mejor. Y le abrazaban. Y le querían. Claro. Pobre señor.

Qué necesitado ha debido de sentirse durante años de todo eso. Porque no inventó la historia inmediatamente después de regresar a España. Pasaron muchos años antes de que empezara a contar lo del campo de concentración. Hasta 1978, casi tantos años como los que lleva con el cuento. Funcionó y ya no se detuvo. Funcionó tan bien que ni siquiera se arrepiente. Dice que se puede contar mucha verdad usando para hacerlo muchas mentiras, como si la vida fuera una novela y no la vida. Pero esas distinciones se convierten en minucias para los solitarios, para los que lo son tanto que sólo se les ocurre meterse en un agujero de horror para ver si alguien va a rescatarlos. Abrazarlos. Llorarlos. Quererlos... o despreciarlos.

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