
La otra tarde se dijo que Pynchon había terminado un libro. Amazon llegó a publicar una sinopsis con su firma. Pero el texto desapareció enseguida de la web. O eso dicen algunos, que aseguran que la vieron. Como cuando una fotografía cambia de sitio sobre una repisa. Igual.
Pero no es la primera vez. Pynchon, a diferencia de Salinger, McCarthy y el mismo Frank, lleva tiempo exhibiendo rasgos de fantasma perfecto. Con sus travesuras y todo. No son sólo los libros que aparecen con su firma de cuando en cuando. No es eso lo mejor. Juega escudado en el tiempo, esa distancia que ha ido borrándole el rostro. Porque esta fotografía de Pynchon ya no es una fotografía de Pynchon. Han pasado decenas de años en los que, de existir aún, se habrá separado infinitamente de la imagen. Algo así como lo que se ve en esas películas en las que alguien muere y se eleva por encima de su cuerpo, que queda tendido sobre la camilla del hospital, donde le siguen electrocutando. Hay dos Pynchon: el fantasma y la foto del fantasma. Y no se parecen en nada.
El 18 de abril de 1974, en el Alice Tully Hall, en Nueva York, había mucha más expectación que nunca para la entrega del National Book Award. Había ganado un libro suyo, y él no había rechazado el premio. Así que las miradas probablemente cruzaban la sala con la misma desconfianza que se gasta en las primeras manos de una timba de póquer. ¿Será aquél?

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Está claro: Pynchon (que es la misma persona que Iñaki Perurena) tiene en su casa la escultura de 38 toneladas de Serra.
ResponderEliminarY luego pedirás que no entre Pedro J. en el asunto. Es un escándalo clarísimo.
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