Alan Gagne, cartero, 54 años, no llega el viernes pasado a su trabajo en Boston. Su jefe, preocupado (o cabreado, quizá), decide acercarse a su casa a ver qué sucede. Lo encuentra muerto. The New York Times cuenta esta historia, de la que desaparece inmediatamente el cadáver, despachado con un “murió por causas naturales”. Su muerte ha destapado otras ausencias: Alan guardaba en su casa cientos de cartas que no había entregado. Cajones y armarios repletos de correo dirigido a sus vecinos, porque a Alan le tocaba repartir en su propio barrio, un lugar con árboles y carricoches. Todos los sobres seguían cerrados.
No consigo decidir si resulta más enigmático que guardara todas aquellas cartas o que a todos sus vecinos les sorprendiera que lo había hecho. Se ve que nadie nunca había echado nada de menos, y eso que en los armarios de Alan dormían algunos sobres enviados en los 80. Pero hablan los vecinos y lo que dicen es que su cartero era un tipo muy concienzudo que cuando se iban de vacaciones les dejaba notas fotocopiadas para que revisaran el correo porque podría haber algún problema. Como si intentara que jugaran con él a una especie de búsqueda del tesoro. O dicen que evitaba siempre mirar a los ojos. O que nunca empezaba una conversación, salvo el día que le preguntó a Rebecca Scudiere, estudiante de Medicina, 25 años, si aquella carta que acababa de recoger se la mandaba su novio. Aquel día se atrevió incluso con algo así como un “Te invitaría a salir”. Eso dicen sus vecinos, que recuerdan, además, haberle visto alguna vez en una cafetería o en el supermercado. Un hombre casi invisible este Alan, con capacidad incluso para hacer desaparecer lo que guardaba en casa. O con un don para detectar qué cartas no iba nadie a echar de menos. Hay algún dato más. Se sabe que a la casa en la que vivía, y donde le encontraron muerto, llegó de otro apartamento no muy lejano.
Pero lo más interesante no está en que casi no cambiara de vecindario, sino que creo que se esconde en aquel día de la mudanza. ¿Qué forma elegiría para cruzar entre sus vecinos llevando todas esas cartas? Supongo que un cartero es el único que puede hacer eso, vale, pero piensen entonces en el momento en que Alan vuelve a colocarlo todo en sus cajones y armarios. O en quienes escribieron esas cartas que nadie echó de menos.
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20.10.06
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Menudo susto me has dado. Diez minutos antes de abrir tu blog y leer este texto, he cruzado el pueblo en mitad del chaparrón para comprar otro sobre, otro sello y echar de nuevo una carta al buzón.
ResponderEliminar¿Por qué "otro", "otro" y "de nuevo"? Porque hace diez días iba a echar una carta de cierta importancia al buzón y por el camino me encontré con la cartera (o la cartero, como solía decir la que me correspondía en Donosti). Le pregunté dónde estaba el buzón en este pueblo. Y dijo "anda, dámela". Le di la carta. Han pasado diez días y, como esa carta de cierta importancia no ha llegado a su destino, he tenido que repetir la operación.
¿Qué narices hizo esa cartera con mi carta? ¿Era novia de Alan y se carteaba con él con cartas ajenas? ¿Han encontrado mi carta en casa de Alan?
Y va otra de cartas misteriosas.
ResponderEliminarUna semana antes de que yo publicara un libro de viajes, en el que se contaba, entre otras cosas, un viaje por Yibuti, me llegó a mi casa en Donosti una postal desde Yibuti escrita en euskera. No tenía ni idea de quién narices andaba por aquel rincón africano cuatro años después de que estuviera yo (y el autor de la postal la firmaba "ni": yo).
De pronto descubrí la trampa: el matasellos yibutí era de mayo de 2005. Correcto. Pero la fecha escrita por el autor era el 29 de junio de 2001. ¡En esa fecha yo estaba en Yibuti! Tachán...
A Yibuti fuimos tres personas: Josu Iztueta, su prima Juli y yo. Cuando estábamos allí, Juli, sin decirnos nada, nos escribió una postal a Josu y a mí y las envió a nuestras respectivas casas. Las postales se quedaron cuatro años en un buzón o una estafeta africana (o en casa de algún Alan africano) y llegaron justo cuando yo iba a presentar el libro.
El tiempo es sabio. Cuando me preguntaban por qué había tardado cuatro años en escribir el libro, contaba esta historia de la postal (y la enseñaba: gran efecto). Si una postal tarda cuatro años, cómo no voy a tardar cuatro años con un libro. Los acontecimientos tienen sus ritmos misteriosos...
El tiempo es sabio (bis): Juli también mandó una postal desde Yibuti a una niña de un año, hija de unos amigos. Cuando la postal llegó, la niña tenía cinco años y ya la podía leer.
No se cual de las historias me ha gustado mas, si la de Yibuti o la de Alan. Yo tengo cajones de cartas y cartas de cuando se llevaba eso de escribir en papel, meterlo en un sobre y enviarlo con un sello. Están plagadas de faltas de ortografía, frases tontas y mucho sentimentalismo de adolescente. Creo que se las podría haber prestado a Alan, para ampliar su colección. Es que me dan un poco de vergüenza. Espero perderlas en alguna mudanza... o bien ir a Africa y volver a enviarlas!!! Eso si me gustaría.
ResponderEliminarA pesar de correr el riesgo de toparnos con un Alan, creo que las cartas son maravillosas (excepto cuando se trata de facturas)...
ResponderEliminar¿Quién no conserva una caja con cartas?
A mí me gusta más la de Yibuti, sin duda. Impresionante.
ResponderEliminarPara mí lo mejor de la historia es que no abriese las cartas. Sin duda.
ResponderEliminarReconozco que desde que empecé a leer la historia iba buscando ese detalle: qué había hecho con las cartas. Y creo que me decidió que no las abriera.
ResponderEliminarEn mi ciudad pasó algo parecido. Al investigar varias reclamaciones de cartas que no llegaban, encontraron en casa del cartero unas veinte sacas sin repartir. Aunque este no se murió sino que fué la carcel un tiempo.
ResponderEliminarAnder, me ha gustado lo de la postal de Yibuti, vaya viaje.
Un saludo.
Alvarhillo, ¿dónde fue eso? ¿Tienes más datos de la historia?
ResponderEliminarFué en Alicante, ahora no tengo más datos pero voy a buscar en la web del periodico local y ya te informaré.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchas gracias.
ResponderEliminarNo he encontrado la noticia de momento porque la web del diario local solo está informatizada desde junio del 2005, pero buscando he encontrado esats noticias que puede que te interesen.
ResponderEliminarhttp://cuentanos.blogcindario.com/2006/09/03475-el-cartero-nunca-llama-dos-veces.html
http://www.diarioadn.com/insolito/detail.php?id=10298
http://www.adeguello.net/ade7.htm
http://www.diariocordoba.com/noticias/noticia.asp?pkid=257753
Tambien he encontrado una web que tiene un link con un comic de un hombre que vive de hacerse pasar por cartero que tien su gracia.
http://www.estamperia.com/currsent.htm
Espero que te sirvan.
Un saludo.
Muchas gracias por las historias. Me encanta la del cartero inglés al que pillan con 34.000 cartas en casa y dicen que qué alivio, porque ese correo había que clasificarlo ya. Si es que estas cosas pasan cuando uno se lleva el trabajo a casa...
ResponderEliminarHace años un estudiante ruso escribió a la facultad para pedir bibliografía sobre la censura; el secretario nos dijo que si teníamos algo, que se lo enviaría. Justo ese fin de semana me fui a un rastrillo de esos en los que lo mismo venden una bujía que un sacacorchos, una postal de Alicante y un cenicero hecho con vitolas de puros.
ResponderEliminarEncontré una carta abierta por el borde y con el sello de Censura. La compré por un duro y me fui tan alegre con mi pequeño tesoro.
La carta estaba escrita en la posguerra española. Era de un médico de la calle Fica, en Bilbao, que había viajado a Chile o Argentina a hacer fortuna. La carta la dirigía a su esposa. Le contaba sus progresos, que pronto habría ahorrado suficiente para el viaje y le preguntaba por las niñas.
En la carta estaba la dirección de Bilbao, así que me cogí el listín y aparecía el apellido del médico en la calle Fica. Era una mañana, llamé. Pregunté por él y una señora de voz ya ancianita me dijo que no estaba, que había salido al parque. ¡Era él! Le conté que soy periodista, que había encontrado la carta, y lo que decía. No me negó nada. "Pero, no podemos ser nosotros, porque nosotros viajamos a América mucho más tarde", me dijo.
Creo que me dió pena que de una forma tan suave y amable me dijera que no quería contar esa historia.
Qué buena historia, Lucía. Impresionante.
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