10.7.08

El final de las historias

Hablaba de lo suyo, pero decía lo de muchos. Cuando se nos terminan las historias, cuando ya se han contado todas y no rondan niños que pidan repetido un cuento favorito (¿qué nos pasó con ésos, los memorizados noche a noche, recitados en silencio casi al unísono con el contador oficial? ¿qué fue de eso?). Ingrid Betancourt hablaba de lo suyo al regresar. Pero memoricen esto que dijo. Cierren los ojos. Díganlo ahora:
Hay una situación en el secuestro y es que al final ya nadie tiene qué decirse. Y por lo tanto usted llega a un campamento de secuestrados y todo el mundo está en su caleta en silencio.
Se terminan las historias. Se apagan. Se deshacen entre el pavimento, la moqueta, la hierba, las zarzas, el lodazal, un descuido. O acabamos con ellas. Reventadas por las costuras. Ahormadas al cansancio. Derramándose como chorros de arena.

Desaparecen y el silencio dibuja las primeras dentelladas de un agujero. Aquí, y también allí, del otro lado del que regresó Betancourt hablando de lo suyo. Aunque cierren los ojos después de escucharle la estrategia contra mordisco. ¿Qué?
Y, se acuesta uno, prende el radio y los oye a todos ustedes. Oye La Luciérnaga, oye el Cocuyo, oye Hora 20, oye todo lo que uno pueda oír. Se trata uno de meter en todo lo que sean noticias para pensar en otra cosa, para tener tema de conversación el día siguiente.

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