31.12.08

El olvido del futbolín

Acabo de encontrarme el rastro de un olvido. Me había sentado a escribir y, mientras espantaba motas de polvo de entre las teclas, lo he visto en el interior del pulgar derecho. Como es lógico, al principio sólo he vuelto a ver los últimos restos de ampolla con los que llevo tropezándome toda la semana. Pero enseguida he recordado que la ampolla viene de una tarde de futbolín. O de las muchas que no había jugado hasta la del sábado pasado.

Después de comer, las chicas salieron a pasear y nos quedamos en una sala con un viejo futbolín restaurado que no necesitaba monedas. Un sueño de muchos años: la posibilidad de infinitas partidas. Así que seguimos y seguimos: prohibido para la pelota en la delantera, y a diez goles, con dos de ventaja. Seguimos incluso cuando se fue la luz fuera y la única bombilla cubría de sombras la cancha. Seguimos porque nada obligaba a parar. Son las cosas perfectas que uno desea de niño: una tarde entera jugando al fútbol en un parque con buen césped, sin cansancio, con goles de tacón, sin padres que llamen a merendar; hasta que oscurezca. Algo así sucedió el sábado. Después de marcar diez goles, se podía empezar otra vez desde el principio. Y marcar otros diez. Y volver a empezar. Hasta que anocheció y nos fuimos yendo. En el coche hablamos de esa tarde perfecta. También pensé que querría tener un futbolín como aquel, para llamar a tres amigos y construir tardes perfectas. Poco después –quizá esa misma noche– lo olvidé todo.

Hasta hace un rato, cuando me senté a escribir y volví a encontrarme los restos de ampolla con los que me había tropezado toda la semana. Es –claro– el rastro de un olvido. El de los años que he dejado pasar desde la última vez que había jugado al futbolín. Por eso tengo en el dedo algo tan raro, un recordatorio de una desmemoria. Si hubiera intentado más a menudo una tarde perfecta, la ampolla no me habría encontrado tan cándido el dedo. Pero ya digo que lo que ahora veo son los últimos restos. Dentro de nada ya no estará. Quizá escribir esto sirva para recordarme que olvidé, y que no quería. Y para el logro imposible de saber qué es eso que olvidé.

10 comentarios:

  1. A mí me sale una ampolla en la memoria al recordar el oprobio futbolinero de mis años mozos: yo era casi el peor jugador de futbolín de la ikastola. Nunca pude lanzar cañonazos con un giro de muñeca. Ay, me está creciendo la ampolla, ay.

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  2. Anónimo20:14

    Ay, eso de recordar las memorias... Pero es una mariconada eso de no pararla delante, nunca lo he entendido.

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  3. Es curioso: en los duelos ovetenses, pararla es lo que se consideraba una mariconada. Si no sabías jugar sin pararla no eras nadie. Para los que sabían (yo era todavía peor que Ander, creo), jugar parando resultaba demasiado sencillo.

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  4. Anónimo09:41

    Es que en Oviedo hay mucho chulo :-)
    Hay que jugar. Hay que jugar. Hay que seguir jugando.

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  5. Es notable ver cómo y dónde quedan vivas las cosas, como el recuerdo del futbolín aún estaba vivo ahí en la ampolla. Mejor, el que no recuerda o esta muerto, o lo que murió es aquel recuerdo.

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  6. Por eso no quiero que se vaya del todo la ampolla, y le queda muy poco ya...

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  7. ¿Tu eras de los que cogía los pomos con las manos enfrentadas o de los que los cogían en plan "sobrao" con las manos en la misma dirección y el cuerpo ligeramente ladeado?
    Que mañanas de "novillos "en los billares Baza.

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  8. La verdad es que era (y soy) bastante pardillo con el futbolín. Manos enfrentadas, y un inútil absoluto con la zurda, ay.

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  9. Anónimo16:48

    Para la siguiente, apúntame. Me has traído a la memoria una partida nefasta contra unos yankis tramposos. Yo jugaba con Toni P. y pensábamos que les daríamos para el pelo. Pero lo tenían todo amañado.

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  10. Te apunto, porque parece que es más complicado encontrar gente que futbolines. Y yo quiero volver a jugar.

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