4.12.08

¿Para qué contar?

En 1956, después de que le susurraran "hay un fusilado que vive", Rodolfo Walsh persiguió la historia del ajusticiamiento de cinco personas por el gobierno argentino en la Operación Masacre. Fue publicando la historia a pedazos en papeles de poca circulación y en el 1957 la reunió en un libro. En 1964, le añadió un epílogo dolorido. Habían pasado siete años y hacía balance: "Quiero decir lo que he conseguido con este libro, pero principalmente lo que no he conseguido".

El libro no sirvió para lograr reconocimiento para los que murieron ni para los que se salvaron. Tampoco para las viudas y los huérfanos. Ni para juzgar y castigar a los responsables. Sólo anota una victoria, haber podido desentrañar lo que sucedió y haberlo contado. Pero el epílogo termina como derrotado:
Entonces me pregunté si valía la pena, si lo que yo perseguía no era una quimera, si la sociedad en que uno vive necesita realmente enterarse de coas como estas. Aún no tengo una respuesta. Se comprenderá, de todas maneras, que haya perdido algunas ilusiones, la ilusión en la justicia, en la reparación, en la democracia, en todas esas palabras, y finalmente en lo que una vez fue mi oficio, y ya no lo es.
Releo la historia que ustedes han leído. Hay frases enteras que me molestan, pienso con fastidio que ahora la escribiría mejor.
¿La escribiría?

2 comentarios:

  1. Anónimo00:13

    Lo que hizo ese Walsh fue unirse a las filas de la guerrilla: descreído de la palabra, pasó a la acción, y eso lo condenó para siempre (según algunos) o lo convirtió en una figura definitiva (según otros). Incluso entonces no dejó de escribir y murió dejando la Carta Abierta a la Junta, un texto potente, prístino, que todavía se lee en las facultades y escuelas de periodismo.

    (Captcha: "progr". Qué apropiado, o no.)

    ResponderEliminar