El libro no sirvió para lograr reconocimiento para los que murieron ni para los que se salvaron. Tampoco para las viudas y los huérfanos. Ni para juzgar y castigar a los responsables. Sólo anota una victoria, haber podido desentrañar lo que sucedió y haberlo contado. Pero el epílogo termina como derrotado:
Entonces me pregunté si valía la pena, si lo que yo perseguía no era una quimera, si la sociedad en que uno vive necesita realmente enterarse de coas como estas. Aún no tengo una respuesta. Se comprenderá, de todas maneras, que haya perdido algunas ilusiones, la ilusión en la justicia, en la reparación, en la democracia, en todas esas palabras, y finalmente en lo que una vez fue mi oficio, y ya no lo es.
Releo la historia que ustedes han leído. Hay frases enteras que me molestan, pienso con fastidio que ahora la escribiría mejor.
¿La escribiría?
Qué desánimo...
ResponderEliminarLo que hizo ese Walsh fue unirse a las filas de la guerrilla: descreído de la palabra, pasó a la acción, y eso lo condenó para siempre (según algunos) o lo convirtió en una figura definitiva (según otros). Incluso entonces no dejó de escribir y murió dejando la Carta Abierta a la Junta, un texto potente, prístino, que todavía se lee en las facultades y escuelas de periodismo.
ResponderEliminar(Captcha: "progr". Qué apropiado, o no.)