18.11.14
Juanita Cruz y los rescates
Haber casi olvidado a Juanita Cruz me provoca un desasosiego intermitente por otros a los que he olvidado del todo. También un poco por mí mismo. A ella la recordé hace unos días, cuando me cayó encima una de esas reprimendas que se derraman desde un “con la que está cayendo…”. Me la había cruzado unas semanas antes mientras andaba buscando a Lángara entre los documentos del Gobierno de la II República en el exilio, que se conservan en la Fundación Universitaria Española. Entre los asuntos de los que se había ocupado la embajada en México en 1938 apareció una carpeta con el epígrafe “Cruz, Juanita - Dificultades para que pueda ejercer su profesión (torera)”.
Dentro se guarda, entre otras, una carta del encargado de Negocios de la legación, José Loredo Aparicio, a algún secretario del Gobierno mexicano datada el 20 de julio de 1938. Dos días antes, en el segundo aniversario del comienzo de la guerra civil, el presidente de la República, Manuel Azaña, había pronunciado su discurso “Paz, piedad y perdón”, y los efectivos que le quedaban se preparaban para la ofensiva del Ebro. Al otro lado del Atlántico las fuerzas republicanas se ocupaban de la primera torera de la historia de España, entonces experimentada novillera. El encargado Loredo Aparició escribía en esa carta: “Tengo el honor de recomendar a Vuestra Excelencia a la Srita. Juanita Cruz, artista dedicada al toreo, que encuentra algunas dificultades para realizar su trabajo en las plazas de toros de México, con el ruego de que, si ello es posible, vea Vuestra Excelencia el modo de solventar tales dificultades, lo que personalmente y en nombre de mi Gobierno estimaría como una prueba de estimación y aprecio hacia mis compatriotas”. Pensé en sus compatriotas y Juanita se me quedó en la carpeta de fotos del iPhone.
Hasta la reprimenda. Entonces escribí su nombre en Google. El 18 de septiembre de 1938, apenas dos meses después de la carta de la embajada, Juanita Cruz hizo el paseíllo en la capital de México. De manera un tanto absurda sentí que al dar con aquello la había rescatado un poco después de haberla casi olvidado. Como si resultara insuficiente que aquello le hubiera sucedido si no se contaba de vez en cuando. Aunque seguramente es uno mismo quien se rescata de algún agujero al contar algo. En cualquier caso, hay más para leer de Juanita Cruz. Y entre las carpetas de 1938 había otras como ésta: “Sorozábal Mariezkurrena, Pablo - Sobre falsificación partitura de la obra El Manojo de Rosas”.
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